La política: perfecta imperfección, por Américo Martín
A mis admirados amigos Baltazar Porras y Luis Ugalde
No es el valor físico y la integridad moral de esos dos sabios sacerdotes lo que me ha obligado a dedicarles esta columna. Mi admiración, mi afecto hacia ellos proviene de algo más sencillo, la espontánea facilidad como se trabó nuestra amistad personal.
- El afecto que te tengo, Baltazar, me complica el trato que debo darte ahora cuando el sumo pontífice te ha otorgado tan fuerte y merecida dignidad. ¿Debería llamarte Cardenal en lugar de tomarme el exceso de confianza de hacerlo por tu nombre de pila?
Se ríe y me responde
- Mi padre me inscribió con el nombre de Baltazar Enrique Porras Cardozo.
Estamos en una nación y un tiempo especialmente tenebrosos, por eso en nuestras conversaciones recaemos en una actividad que nos es familiar, la política, concebida como la suma de la razón, la pasión y la experiencia al momento de aportar salidas que los venezolanos necesitamos y merecemos. No basta con hacer gestos que entusiasmen a las tribunas; hay sobre todo que obtener los mejores logros al menor costo y ello supone un uso de la emoción y de la razón, siempre que sea ésta la que mantenga la conducción y contenga los excesos de la pasión.
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Responde a los deseos profundos de la gente que Maduro haya tratado de apropiarse de la bandera de evitar manifestaciones públicas alegando servir de esta manera al anhelo colectivo, que debe recibir como una decisión apropiada a enfriar las calles. Fue esa una decisión más inteligente que el torpe intento inicial de inventar una causa contra EEUU alegando que el coronavirus había sido introducido por la primera potencia mundial en territorio chino.
No menos inteligente fue la declaración de Guaidó, quien decidió enfriar de alguna manera las calles para conjurar la arremetida de la diabólica pandemia, en lugar de sacarle partido al paso atrás del gobierno, a fin de aplicar el Plan Nacional de Conflicto, vale decir: respaldar las protestas sociales totalmente justificadas como la de los educadores, enfermeras, empresarios, universitarios y entre las más sentidas la de las madres, pacientes y personal del J.M de los Ríos.
El otro tema cardinal es el de las elecciones, después del sospechoso incendio que arrasó con el parque tecnológico del CNE y dictó un jaque a los próximos comicios, sean parlamentarios o presidenciales, el poder de Miraflores toma con audacia dos banderas de enorme potencial: la primera, valerse de la pandemia para darle una piadosa explicación a su inevitablemente escasa capacidad de movilización en la defensa de una política impopular; la segunda, asumir la salida electoral con base en la Constitución, que contempla para este año la elección del parlamento.
Contra la potencial ola de descontento que lo afecta, Miraflores aparenta avanzar y no retroceder. Sin embargo, no encaja en este esquema la detención de parlamentarios, las bombas arrojadas contra las manifestantes del 10M y la contumacia contra los diputados Requesens, Caro, León y Prieto. Inteligente sería resaltar esa contradicción y exigir que se resuelva cuanto antes.
El juego se pone interesante tras las declaraciones de Ramos Allup y del propio Guaidó a favor de participar en elecciones parlamentarias y además las presidenciales con el fin de purificar el mando y alejar las posibilidades de fraude. Por encima del contrapunteo entre las partes, prosigue sin pausa la labor del Comité de Postulaciones Electorales, parece que esas ambigüedades y contradicciones reflejan la decisión de llegar a acuerdos. Ojalá así sea.
Cuando el emperador Constantino en 313 D.C. inició el proceso de declaración del cristianismo como religión oficial de la Roma Imperial, abrió una profunda reflexión sobre temas como la absoluta perfección de Dios y la imperfección de los seres humanos, ¿cómo es que Dios –en su perfección– permite, en su máxima obra de creación, las imperfecciones del ser humano y de las políticas que aplican? Pienso que, por el contrario, es un rasgo de suprema lucidez partir de que no pudiendo crear alguien tan perfecto como él mismo, le otorgara al hombre la posibilidad de luchar por su propia perfección, para lo cual lo dotó del libre albedrío. Espero que mis sabios amigos, Baltazar y Luis, puedan compartir criterios análogos a los míos.
Quisiera que dada la magnitud de lo que se debate, asumiéramos con responsabilidad un lenguaje civilizado, exento de descalificaciones, calumnias y falacias deliberadas. Sería la premisa para la necesaria convivencia alrededor de los hermosos emblemas de la democracia, la libertad y la prosperidad.