La procesión, por Simón Boccanegra
Este minicronista, que ha sido respetuoso con la condición de salud del Presidente, no puede dejar de pasar la abusiva utilización que el mismo Hugo Chávez está haciendo de su enfermedad, de una manera que, si José Ignacio Cabrujas estuviera entre nosotros no habría dudado en escribir una pieza teatral para describir a esos personajes que se autodefinen como imprescindibles.
Lo del pasado viernes, cuando Chacu abandonó el Hospital Militar y se dirigió en procesión hacia el Palacio de Miraflores, constituyó el colmo del uso personalista de los medios de comunicación del Estado. Desde la puesta en escena de su despedida del cuerpo médico, incluyendo su recuento de cómo fue que se enfermó, hasta el paseo triunfal por la avenida San Martín y la entrada gloriosa al despacho donde «trabaja», Chávez demostró su alta dosis de histrionismo, en un intento, según dicen siempre los analistas, por recuperar el vinculo emocional que le une con sus seguidores incondicionales.
Pero hay otra lectura de este sainete: el abuso presidencial de los medios, porque minutos más tarde confiscó la radio y televisión para un acto protocolar sin sentido en el Salón Ayacucho con el alto mando militar, en una transmisión en cadena nacional que probablemente tuvo el propósito de reiterar que «su» Fuerza Armada está con su proyecto político y con su revolución.
Ciertamente, muy malas noticias deben aportarle los números que le ponen sobre el escritorio (desde luego hablo de encuestas serias; no de esos estudios chimbos que se inventa Jesse Chacón) para que Chacu, como una suerte de Quijote malhadado, haga caso omiso a los consejos médicos y salga de las sesiones de quimioterapia, no a descansar sino a patear las calles, invocando como en una suerte de delirio su «caballería», con la cual piensa aplastar a la oposición. Es verdad, nada está escrito, pero cada vez que veo a Chávez en estos aguajes, leo con claridad en su frente la marca de la derrota.