La proposición de Maduro, por Simón Boccanegra
El presidente Nicolás Maduro ha formulado un llamado al «diálogo» palabreja que se ha tornado inconducente a fuerza de su frecuentísimo uso, cosa que en principio siempre cae bien, aunque suele no significar nada cuando no se la acompaña de medidas prácticas que le den sustancia. Que es lo que ha pasado tantas veces en el curso de estos años. De todos modos, la convocatoria del presidente no tendría que caer en oídos sordos, porque si alguien ha clamado por un entendimiento civilizado es la oposición misma. Faltaría por someter la proposición de Maduro a la prueba de la práctica.
Porque llamados abstractos al «diálogo» han sobrado en este país, sin que ninguno de ellos se haya materializado. Pero como escoba nueva dicen que barre bien, conveniente sería salir al encuentro de la proposición, inquirir del proponente cuál sería el propósito de la conversa, cuáles sus términos y, en general, cuál su agenda. En definitiva, comenzar a «dialogar».
Maduro ha mostrado algunas intenciones de separarse del espíritu conflictivista que caracterizó a su antecesor y jefe; sabe que «el cielo encapotado anuncia tempestad» y por lo mismo su idea debería ser recibida con espíritu abierto por sus naturales destinatarios. En fin de cuentas, más pierde el venado que quien lo tira. Para bailar un bolero hacen falta dos. Maduro ha puesto en órbita una idea; toca a la oposición saber qué hacer con ella.
Este escribidor quisiera ver en el gesto de Maduro un propósito de ir normalizando la vida política del país, conduciendo el discurrir del debate político y partidista por el cauce que es propio del ordenamiento democrático, y así zafarnos, al fin, de este inútil diálogo de sordos que sido norma durante tres lustros.
Podemos discutir, polemizar, podemos ponernos bravos, pero sin romper el molde democrático.