La república fallida (II), por Simón García

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Una idea de cambio con forma conservadora
La idea de independencia avanzó porque fue mayoritariamente adoptada por los representantes criollos del poder peninsular y explicada, inicialmente, como una acción de defensa y conservación de los derechos del Rey Fernando VII.
Esa manifestación de fidelidad sirvió de fundamento y cobertura para proteger la propuesta de independencia como estrategia para crear una nación libre y establecer el sistema republicano.
No fue un engaño sino una adaptación pragmática a la diversidad de las fuentes de cambio y a la distribución desigual de sus pesos en la sociedad.
La minoría republicana aceptó la defensa del Rey porque permitía persuadir a la mayoría del paso siguiente: la independencia absoluta de la monarquía y la abolición del Rey como dueño exclusivo de la soberanía.
Los republicanos radicales dejaron de lado lo que apreciaban como incoherencias parciales de la mayoría en aras de beneficiar al objetivo mayor de conquistar soberanía, aún bajo expresiones imperfectas.
El desfase entre lo ideal y lo real, así como la superposición de dos modelos culturales se retratan en el contenido de la Jura que aprobó la Junta Suprema de Caracas para poder ejercer funciones públicas: «¿Juráis a Dios y los Santos Evangelios, que estáis tocando, reconocer la independencia que el orden de la Divina Providencia ha restituido a las Provincias de Venezuela, libres y exentas para siempre de toda sumisión y dependencia de la monarquía española y conservar y mantener pura e ilesa la Santa Religión Católica, Apostólica, Romana, única y exclusiva en estos Países, y defender el misterio de la Concepción de la Virgen María, Nuestra Señora?».
Las aplastantes ideas dominantes
En la invasión de 1806 por Ocumare, a Miranda lo vencieron militarmente: 58 de sus soldados fueron apresados, todos los demás expedicionarios tuvieron que huir.
Tres meses después su segundo intento por Coro fracasa sin ninguna acción bélica.
Podríamos decir que esta vez a Miranda lo derrota la ideología. Son los pobladores quienes ahora huyen para aislar a los patriotas que desembarcan.
En tres meses las autoridades gubernamentales y figuras importantes de la sociedad colonial realizaron una campaña que destruyó la reputación de Miranda, generó miedos en la población y produjo la advertencia de drásticas penalizaciones para quienes dieran algún apoyo a los invasores.
Desde los cabildos, los cuarteles y los púlpitos se amplificó el desprestigio de Miranda y de su causa.
Hubo también un toque de sentido común cuando la población percibió que las acciones, proclamas y promesas de Miranda no tenían posibilidad de triunfar en lo inmediato.
Pero sobre todo, lo que separó al pueblo del Precursor fue el triunfo anticipado que obtuvo el régimen al asociar la imagen de Miranda a la de un forajido, saqueador y criminal que venía a destruir propiedades y acabar con la paz de las personas.
Esta distorsión, que ocupa el lugar de la realidad, traslada el repudio de la invasión al rechazo del ideal de la independencia.
Ese relato se encarga de presentar a los patriotas como unos demonios barbaros
Se refuerza la creencia predominante: no puede hacerse nada para sustituir el poder del Rey.
Se legitima, por consentimiento de la voz de Dios y del pueblo que los rebeldes deben ser liquidados. El Pbro. Madariaga es uno de los que exigen, con estruendosa exaltación, los máximos castigos contra el monstruo Miranda y sus secuaces.
La instrucción revela el arraigo de modos de pensar que favorecen al viejo régimen al propiciar la división entre quienes desean crear una institucionalidad política diferente.
Al final todavía resuena el eco de la decisión del Cabildo de Caracas de ofrecer una recompensa a quien capture, vivo o muerto, al facineroso y traidor conspirador llamado Miranda.
Caída de Puerto Cabello y Capitulación
Toda esa hostilidad consigue un canal de expresión cuando Miranda, aprueba una rendición de armas ante el general realista Monteverde. La mayoría de los jefes militares está en desacuerdo.
Pero la decisión es consecuencia de la caída del Castillo de San Felipe y de Puerto Cabello.
Esa importante plaza la toma desde adentro el segundo de Bolívar, el Teniente Francisco Fernández Vinoni, en complicidad con los detenidos durante la insurrección realista de Valencia.
Existen muchas deformaciones históricas respecto a la pérdida de Puerto Cabello, a la capitulación de San Mateo y la detención de Miranda en La Guaira.
La peor de todas es la que conduce a la decepcionante conclusión que tanto Miranda como Bolívar fueron traidores.
Ha habido explicaciones de reconocidos historiadores que coinciden en la inconveniencia de aplicar a estos tres eventos reducciones y simplismos que no toman en cuenta motivaciones y errores de los actores en el contexto de una onda de desmoralización, desconfianzas, desesperanzas, deserciones, levantamientos contra los patriotas, calamidades causadas por el terremoto y la crisis económica.
*Lea también: La república fallida (I), por Simón García
Pedro Gual es uno de los primeros que brinda desde Bogotá, en 1843, un testimonio ajeno a manipulaciones
Gual escribe: «he creído necesario desvanecer algunas equivocaciones sobre las operaciones del ilustre General Miranda en 1812».
En opinión de Gual la situación de las tropas de Monteverde estaba muy comprometidas por la falta de municiones de guerra, «a tal punto que había mandado a desclavar las silletas de los pueblos del Aragua para tirarnos en las avanzadas con las tachuelas».
Continuará…
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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