La revolución y sus propósitos, por Tulio Ramírez
La revolución ha logrado muchos de sus propósitos. No hay que ser mezquino. El reconocimiento a quien lo merece ha sido una de las virtudes que he cultivado desde niño. Sí hay méritos que destacar, no me ahorro las felicitaciones para quien ha hecho un esfuerzo por merecerlo.
Es un aprendizaje obtenido en el hogar. Mis padres siempre decían que la envidia era buena cuando estimulaba nuestro propio desarrollo, pero muy perversa cuando nuestras energías se invierten en descalificar o ignorar el triunfo del otro. El éxito del semejante puede ser nuestro propio éxito, si nos sirve de modelo para crecer y triunfar.
La víspera del nacimiento del Niño Dios es un buen momento para hacer público estos reconocimientos. Y es lo que me propongo hacer a través de este artículo. Voy a felicitar a la revolución porque ha logrado buena parte de lo que se propuso desde el primer momento. Ruego a mis lectores, molestos por estas primeras líneas, que no pasen a otro artículo. Juro que no bebí nada sospechoso mientras escribía esta entrega.
El primer exitazo ha sido llevarnos al “Mar de la Felicidad”. Esto no era algo fácil de lograr. Acostumbrarnos durante la Cuarta República a tener agua y luz todos los días, a viajar de vez en cuando, comprar nuestro apartamento con un crédito bancario, cobrar el aguinaldo y hacer las hallacas sin que signifique dejar de pagar la cuota del carro, para ahora convertirnos en rebuscadores para sobrevivir, es un cambio realmente notable.
Antes de la revolución comprábamos regalos para toda la familia, hasta para los primos que llegaban del interior a pasar la navidad con nosotros. Con el socialismo del siglo XXI fuimos migrando a regalar solo a los niños cualquier pendejada. Ahora la peladera de bolas nos ha llevado a inventar ese subterfugio llamado “amigo secreto o intercambio”, eso sí, con monto máximo para el precio del regalo. Ese es otro logro.
Otro propósito fue la fractura familiar. El venezolano siempre ha sido muy familiero, por eso esta meta era muy complicada. Sin embargo, a pulso lo han logrado. Primero con la cizaña política que separó familias. Luego, la miseria y la falta de oportunidades, obligó a que más de 8 millones de compatriotas escogieran escapar de su propio país.
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Por otra parte, y como para vanagloriarnos, estamos ocupando los primeros lugares en inflación, corrupción, desconfianza en la justicia, embarazo de menores, pobreza extrema, suicidios, desmanes por parte de registros inmobiliarios, salarios más bajos, destrucción del medio ambiente, devaluación de la moneda, baja de la calidad educativa, fuga de cerebros y fuga de presos.
Hablando de presos, dudo mucho que en la región y quizás también en el mundo, un reo por estafa, pueda, desde la cárcel, producir un espectáculo en una Base Aérea Militar y darse el lujo de pagar tres millones de dólares al artista internacional invitado. Esto debe ser un récord Guinness.
No hay que dudarlo, han logrado éxitos en sus propósitos. Lástima que entre estos nunca estuvo la construcción de una sociedad con libertad y oportunidades para el crecimiento individual y colectivo de sus ciudadanos. Si hubiese sido así, tendríamos este 24 de diciembre, una cena de navidad feliz y en familia, y no mesas tristes con sillas vacías porque parte de la familia decidió buscar una vida mejor en otros países, o la muerte en algún paraje de El Darién.
Feliz Navidad amigos lectores, sigamos pidiendo el milagrito. No perdamos la fe.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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