La ruta opositora alterna, por Simón García
Twitter: @garciasim
Está en curso una nueva fase de la oposición. Una de sus características es la disolución de hecho de las diferencias que antes justificaba la pugna por la supremacía de una parcela contra las otras. Ella puede ahora ponerle fin a los daños que sus mutuos ataques le ocasionan al país democrático.
Las conductas similares en temas como dialogar con el gobierno o ir a elecciones organizadas por el CNE deberían conducir a un trabajo común para sumarle votos a una opción para competir electoralmente con Maduro y ganar.
Pero surge una franja de voceros, repartidos en distintas agrupaciones opositoras, que le elevan el volumen y la agresividad a la retórica divisionista. Ellos usan cualquier pretexto para avivar una riña propia de políticos aficionados que convierten en su razón de ser descuartizar al otro. Y con sorpresa y repulsión, leyendo sus mensajes en las redes, se observa que algunos son adictos al placer innoble que les provoca ese papel.
Es el extravío frecuente del largo plazo producto de derrotas y pérdida de ideas. Un absurdo inmediatismo que hay que revertir en interés de todos. Para hacerlo hay que acentuar los empeños para aproximar más a la oposición y ampliar entendimientos con el gobierno validados por tres objetivos propios: mejorar el ingreso y la situación social de la población; crear condiciones para la recomposición no rentista de la economía y restaurar la vigencia progresiva de los derechos políticos y democráticos.
La actual oposición no tiene incidencia determinante sobre los dos primeros objetivos, pero en el tercero, puede superar sus desventajas iniciales frente al gobierno. Es un desierto que hay que recorrer administrando la escasa ración de agua disponible y a riesgo de tragar arena.
Pero es un costo a pagar para que la oposición difunda esperanza más allá de sus probados seguidores. Es también la apertura de una ruta alterna que le permita, con las diferencias aceptables, acumular fortalezas en el terreno social y electoral y atarse más conscientemente al mástil de la transición.
No hay que sucumbir a las sirenas. No hay transición sin alguna presencia oficialista. Una constante en las transiciones conocidas es la participación de un sector mayoritario del poder dominante que pasa a jugar una posición reformadora o de una fracción que se desprende del poder para tejer una alianza, que vea favorable, con sectores de la oposición. En ambos casos se trata de una nueva mayoría con un rol oficialista relevante.
Tal es la rendija de transición más probable en una disyuntiva donde el gobierno ha descartado, hasta ahora, pasar del autoritarismo hegemónico a un régimen de corte totalitario. Los que repiten incesantemente que Maduro es un títere de Cuba andan en la luna.
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La ruta alterna de la oposición debería, a partir de enero de 2023, colocar a todos sus partidos en el kilómetro cero. Y en el trayecto de los primeros seis meses evaluar a cada fuerza según los méritos y avances en cinco propósitos: 1) lograr entendimientos para anular o flexibilizar sanciones con una evidente contrapartida beneficiosa para el país; 2) garantías de elecciones sin ventajismo; 3) vigencia de los derechos constitucionales para todos los actores y 4) respaldar al mejor candidato para competir con chance en las elecciones presidenciales.
Repetir el camino del 2021 no tiene ningún futuro. Al decisivo mundo de los independientes, reacios a los partidos, les toca reflexionar y decidir.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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