La rutina, por Simón García
Twitter: @garciasim
Rutina tiene la misma raíz que ruta. Esta segunda palabra indica el itinerario de un viaje o el camino para realizar un propósito. La terminación «ina» en la primera sugiere una disminución de la acción por falta de voluntad o claridad.
En el desapego de la gente hacia la política rebota una rutina del desinterés de los políticos por la gente.
¿Cómo y cuándo comenzó el distanciamiento entre la política de los de a pie y la de los políticos? La interrogante conduce a pensar sobre cómo nuestros buenos políticos, que los hay aunque no sean muchos, recuperan su misión y actúan para que sus partidos recobren utilidad ante los ciudadanos.
Rectificar los pasos perdidos exige mirar más al futuro que hacia las descalificaciones absolutas. La exigencia pública debe pasar a los señalamientos específicos para remover el tipo de política imperante en los dos últimos decenios. Una visión que permita valorar lo democrático del pasado y agregar atributos nuevos a las actuales demandas de cambio.
Ya la negación indiscriminada del pasado nos trajo la fervorosa y masiva adhesión a Chávez. Por eso, el váyanse todos es una falsa salida como también lo es renunciar al escrutinio y renovación de los políticos. ¿Alguien está haciendo algo en ese sentido dentro de los partidos? Los llamados de independientes y dirigentes sociales no bastan.
La contradicción entre dirigentes y ciudadanos que rompe el pacto de convivencia, tiene que encontrar formas democráticas de expresarse. Avivar la anti política es alimentar poderes fácticos que operan en la sombra y fuera del voto.
La crítica genérica y sin propuestas genera más frustración, mayor desafiliación de los partidos y repugnancia hacia la política, obedezca o no ésta a valores, definiciones de país y búsqueda de opciones para practicar la democracia como factor de transición. Es una lección que no queremos aprender de Checoslovaquia, Polonia, Sudáfrica o Chile.
No remontaremos el catastrófico cepo de las derrotas sin la hegemonía de una cultura del entendimiento y una lucha electoral de la oposición no fragmentada. Pero las decisiones siguen dominadas por pensamientos fijos y prejuicios móviles.
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No sé piden proezas. Apenas lo que en el diálogo socrático se explica como hombre cabal: «…me basta con quién no sea malo, ni demasiado desvalido, un hombre sano, conocedor de la justicia beneficiosa para la ciudad».
¿Tenemos hoy mujeres y hombres de ese temple en los partidos? Lo visible es más bien un discurso que ratifica la percepción de la política como técnica para desprestigiar y bloquearse entre sí. Una deformación corrosiva.
Pero hay, en los partidos y en la política cívica, figuras con empeño y discurso lleno de ideas para atender la emergencia humanitaria, defender derechos vulnerados, avanzar hacia acuerdos plurales entre gobierno/oposición y despejar una ruta para dejar atrás las crisis y la demolición del país.
Son figuras necesarias para echar las bases de una sociedad para vivir mejor. Son también figuras con méritos para conformar una lista corta de candidatos presidenciales, combinando primarias, encuestas, consensos y posibilidades de victoria. Los métodos de selección son para ayudar no para aferrarse a uno solo de ellos.
Explorar esta posibilidad requiere una instancia plural y equilibrada que elabore una propuesta. Podremos trabajar en este sentido o ¿nos conformamos con seguir la rutina que asegura desenlaces indeseables para todos?