La sangre de los niños, por Simón Boccanegra
La espantosa tragedia en Osetia, pequeñisima república de la Federación rusa, viene a ser una más de esas “réplicas”, equivalentes a las sísmicas, que han seguido durante años al cósmico terremoto que fue la caída del imperio soviético. Disuelta la URSS y transformadas muchas de las antiguas repúblicas soviéticas en países independientes, quedaron, sin embargo, como parte de Rusia, algunas pequeñas comunidades nacionales no rusas. Esas son Chechenia, Osetia e Ingushetia. Como es natural, en ellas también se manifestó el espíritu independentista.
La reacción de Rusia fue la que corresponde a la vocación imperial que le fue propia, tanto bajo los zares como bajo los bolcheviques. La de la fuerza bruta. Además, como ahora, ejercida con torpeza e impericia. El inmenso conglomerado soviético de nacionalidades, que nació reconociendo el derecho a la autodeterminación de los pueblos, apenas este fue ejercido por Finlandia, fue desconocido y la URSS fue también esa “cárcel de pueblos”, como Stalin (¿o sería Lenin?, ya ni recuerdo bien), denominaba al antiguo imperio zarista. Aunque no hay causa humana alguna que justifique el terrorismo, sobre todo en su forma más inhumana y perversa que es la de utilizar niños como rehenes, no está de más recordar qué polvos trajeron estos lodos.