La teoría de la mano peluda, por Teodoro Petkoff
El presidente debería ir pensando en cesantear a sus asesores en guerra psicológica. Ultimamente lo han colocado en situaciones desairadas, como por ejemplo con el risible y grotesco “descubrimiento” sobre los “mensajes subliminales” en un programa de Globovisión y en los titulares deportivos de El Universal. Ayer lo pusieron a repetir “como un loro”, diría él mismo, todas esas bolserías sobre la protesta popular y estudiantil como forma de golpismo y sobre la condición de “agentes del imperio” de los rectores universitarios.
Visto que sus predicciones sobre los “planes golpistas” que habría de desatar el cierre de RCTV no han cuajado, ahora ha puesto en órbita la última añagaza de sus “semióticos” : el golpe lento y continuado. Ahora, pues, las movilizaciones habidas no serían sino la “mecha larga” de una “bomba” que estallará quien sabe cuando. “Los estamos cazando”, concluyó, entre amenazador y sobrado. Sus “semióticos” deben estarle haciendo creer que se la está comiendo con esas necedades. Pero es bueno que vaya sabiendo que ya con esas ruedas de molino no comulga nadie.
Se pregunta uno si el interfecto no percibirá que estos “análisis políticos” que surgen de su inefable sala situacional no son más que la contraparte de los mismos “análisis” a los que nos tienen acostumbrados la CIA y el Departamento de Estado. Donde Yo-El-Supremo ve la mano del imperio, los gringos ven la mano de Chávez. Para estos últimos, por ejemplo, Evo Morales no surge de la historia, de la cultura, de la política boliviana sino de una conspiración que tiene su origen en Miraflores. Para Chávez, unos jóvenes que salen a la calle porque no están de acuerdo con el cierre de una televisora, habrían sido manipulados a través de los tortuosos caminos que arrancan de Langley, Virginia. Es la teoría conspirativa de la historia, que no ve procesos con raíces sociales, políticas y económicas sino que los concibe como fruto de unos desconocidos enmascarados, encerrados en un cuarto lleno de hunmo, tramando maldades. Desde los famosos Protocolos de los Sabios de Sión, que atribuían todo lo que pasa en el planeta a una conspiración judía, hasta aquel libro de unos periodistas norteamericanos, La Gran Conspiración contra Rusia, que explicaba todas las calamidades que vivía la URSS como producto de una conspiración de Occidente, la teoría conspirativa de la historia, la teoría de la “mano peluda”, siempre ha ejercido una extraña fascinación en las mentes simples. Es lógico: es la explicación fácil a problemas complejos. Tragársela ahorra pensar. El punto es que a medida que la historia transcurre, la gente va viendo que las “explicaciones” conspirativas son pura paja, buenas para el Día de los Inocentes. No es que no haya habido –y hay– conspiraciones. Desde luego que sí. Pero pretender hacer creer a la gente que los rectores de las universidades son agentes de la CIA bordea ya la comarca de la simple y llana estupidez.