La última de Maduro, por Simón Boccanegra
Una vieja conseja, tan antigua como el mundo desde que en este comenzó a haber hombres que mandaban a otros, dice que el poder suele enloquecer a quienes lo detentan. No es que siempre sea así, pero de que vuelan, vuelan. Un caso paradigmático es el de Nicolás Maduro. El hombre está realmente perturbado emocionalmente. El poder lo ha trastornado.
Varias demostraciones ha dado, pero la última es de coger palco. Según sostiene, no fue a Naciones Unidas para «salvar su vida». En otras palabras, según él, había un plan para sacarlo de este mundo, proyecto del cual según y que poseía todos los detalles y eso le habría permitido frustrar a sus supuestos asesinos, al dejar de asistir a la asamblea de la ONU, donde supuestamente se consumaría el magnicidio.
El miedo es libre, pero hay que guardar cierto pudor y no ventilarlo tan obscenamente. Sobre todo cuando se trata de un invento puro y simple. Un poquito más de ingenio, por favor. ¿Quien iba a tener interés en eliminar a un tercio tan poco relevante, por más que hoy ocupe, por carambola, la Presidencia de la Republica? Sin embargo, por raro que parezca, Nicolás, en verdad, parece creérselo. Otra hipótesis que se mueve entre el alto chavismo es que sabe bien que no hay nada, pero en su afán de copiar e imitar a su desaparecido jefe llega a los extremos de querer actuar como si fuera él; es decir, se trataría de una «línea», para mantener «vivo» al difunto, pensando que imitándolo de algún modo se le «revive» Pero lo que hace es caricaturizarlo.
A Chávez, mal que bien, sus «gracias» le salían bien algunas veces, pero a Maduro la copia siempre le sale llena de borrones. En lugar de ser él mismo, intenta ser el otro y le sale algo que no es ni lo uno ni lo otro sino una suerte de ornitorrinco político.