La ultraderecha y la cuadratura del círculo, por Rafael Uzcátegui

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Hace más de un año atrás, un grupo de activistas de la sociedad civil realizamos un ejercicio de construcción de escenarios probables para Venezuela. Apenas se hablaba de la realización de elecciones primarias, por lo que aquel esfuerzo intelectual nos sirvió para navegar en las aguas tormentosas de los acontecimientos que fueron desencadenándose.
En aquel momento definimos que una mayor posibilidad de transición a la democracia dependía de dos elementos. En primer lugar, de los mecanismos de construcción de consensos en la vanguardia política opositora. Luego, de la recuperación de la esperanza de la sociedad venezolana, no sólo en las capacidades de ese liderazgo sino en la posibilidad de un cambio a corto plazo. En contraposición, una mayor desconfianza de las bases oficialistas en sus jefes y la división de la cúpula bolivariana terminaría de conformar la situación más favorable para la democracia. De estos 4 elementos 3 se cumplieron. Cabría preguntarse ¿Por qué la coalición dominante ha logrado mantener sus niveles de cohesión?
Si consideramos que más de tres millones de personas votaron por Nicolás Maduro, según los datos publicados en https://resultadosconvzla.com/, podemos sugerir que la supuesta victoria bolivariana es una mentira sostenida por una importante cantidad de personas. Lo que en cualquier otra parte hubiera generado un cisma, ser derrotado por una diferencia de 4 millones de sufragios, entre nosotros parece que no despeina al oficialismo. Hasta ahora, el chavismo se ha mostrado ajeno a la razón político instrumental, que basa su actuación en la representatividad de los niveles de apoyo a sus propuestas. ¿Qué elementos pudieran explicar este comportamiento?
Para responder postulamos una primera hipótesis: El cemento que sostiene la mentira oficial como arma de destrucción masiva de la democracia es el paciente trabajo de deshumanización realizado por el chavismo realmente existente durante 25 años. Desde el poder se cultivó, sistemáticamente, la cosificación de los enemigos de la revolución, lo que generaba condiciones sociales para su neutralización inhibiendo los mecanismos psicológicos que en contextos normales lo impedirían. Esa programación de las mentes de los integrantes de la coalición dominante, en sus diferentes niveles, está mostrando su eficacia en este momento.
Mi identidad como Rafael Uzcátegui ha sido anulada y sustituida por adjetivos que me describen como representante de los peores infiernos posibles e imaginados. Los demócratas dejamos de ser venezolanos a los ojos del militante madurista, algo parecido a ellos con lo que pudieran identificarse. Somos eso horrible que denominan «imperialistas».
Cuando se revisan las declaraciones actuales de los chavismos de todos los colores, incluyendo los autodenominados «críticos», encontramos un denominador común: La descripción de sus contrarios como «ultraderecha», la negación de cualquier posibilidad de alteridad postrevolucionaria. Con ello no sólo se aplica la cancelación política de sus contrarios, sino también la justificación de las detenciones masivas arbitrarias, la tortura y hasta el asesinato. El desconocimiento de la voluntad popular, en consecuencia, sería una falta administrativa menor en aras de un objetivo de mayor trascendencia: La salvaguarda de la «revolución».
La estrategia democrática de esperar el resultado en los alrededores de los centros electorales obligó a los militantes del oficialismo, también, a mantenerse allí. Escucharon y grabaron en sus celulares los mismos anuncios de resultados locales que los opositores. La disonancia entre lo que vieron con sus ojos y lo que les ordenó el partido comenzó a resolverse esa misma noche.
La maquinaria de propaganda se activó para reavivar, en la ritualidad de las consignas, la cohesión y la conciencia colectiva del sentido de identidad chavista creado durante dos décadas y media. Por ello de aquí hasta el 10 de enero una de las tareas del chavismo es conjurar cualquier vestigio de duda entre su fanaticada. Tanto con persuasión como con represión. No obstante, es un proceso dialéctico.
Los disonantes, que vieron lo que pasó y al mismo tiempo escuchan la voz del superyó ideológico, necesitan cerrar el círculo para dormir por las noches y estar en armonía emocional con lo que han sido en los últimos tiempos. Por eso están transitando un complejo proceso de reafirmación y autoengaño.
*Lea también: Política sin relevos (caso Venezuela), por Luis Ernesto Aparicio M.
El sueño de la razón ideológica, también, produce monstruos. La teoría de cambio basada en la negociación y los incentivos ha mostrado sus limitaciones frente a un contrario que ya vive su principal estímulo existencial: hacer «la revolución». Habrá que mejorar el diagnóstico y la comprensión de a lo que nos estamos enfrentando: Comprender su manera de razonar, sus fuentes de legitimación, sus banderas rojas. Quizás así seremos logremos grietas en el muro que hoy se muestra hermético.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo y Codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (GAPAC) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»
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