La vacuna anticadenas, por Simón Boccanegra
Mucha gente está intrigada con las cadenas de Atila. Se pregunta si es que no estará consciente de que las cadenas son contraproducentes para él y, más bien, cree que se la está comiendo y por eso insiste en ese aguacerito blanco. Este minicronista está seguro de que la inefable Sala Situacional de Atila ha detectado hace rato que las cadenas, en principio, son como un autogol. Pero también ha detectado que poseen una vertiente que hace aconsejable que Atila siga con esa ladilla. El propósito es quebrantar la voluntad de lucha de sus adversarios; desmoralizarlos y generar una sensación de impotencia y resignación tales como para hacerles abandonar toda esperanza. Atila sabe que es imposible reclamar ese abuso ante ninguna institución. La Asamblea Nacional se reiría ante la proposición de discutir el tema. El TSJ no admite recursos contra Atila, la Fiscalía mucho menos, la Defensoría del Pueblo por lo consiguiente y Clodo preferiría suicidarse antes que acusar a Atila de peculado de uso. Las cuatro damas del CNE ya declararon que no tienen nada que discutir sobre la materia. El ciudadano, pues, está completamente indefenso. Y eso, precisamente, es lo que quiere Atila: no sólo que se sienta indefenso sino impotente. Por eso se encadena todo el tiempo que le da la gana. Nos quiere decir que hace lo que le sale del forro, que el país es suyo, que no hay poder que le pueda impedir ese abuso permanente, este atropello sistemático. Las cadenas son instrumentos de la vocación e intención totalitaria de Atila. Pero en saber esto está la vacuna. En saber que quiere quebrarnos la voluntad de pelea está la contra, para que fracase en su miserable intento.