La vergüenza de la familia, por Luis Guillermo Olaizola
Twitter: @olaizolu
Me sacaron del closet a los 17. Digo «me sacaron» porque fue un complot entre mis hermanos y una tía para revisar mis conversaciones e interpelarme respecto a mi sexualidad. Una experiencia verdaderamente dantesca. Mi mamá murió al año siguiente; supuestamente nunca supo nada, al menos de boca de mi hermano o tía. Con los años he cicatrizado esa herida de guerra que, como recomienda Buda, me hizo buscarle la enseñanza.
Siempre me he preguntado por qué para algunas personas es tan importante saber la inclinación sexual de otros, incluso sin ninguna intención sexual. Solo «tienen» que saber. Si no hubiese sido por aquel incidente a los 17 años no le habría comentado nada a mi familia: soy de la opinión de que no hay por qué «declararse». Ningún heterosexual se declara heterosexual. Respeto muy profundamente a quienes han tenido la oportunidad de elegir contarlo a quienes ellos consideren importantes.
Cuando preguntas si alguien es diabético o si es musulmán es para respetarlo. Si alguien es diabético, jamás le ofrecerás comida con azúcar; si alguien es musulmán tienes que respetar sus horarios de oración o su ayuno durante el ramadán. Pero, ¿por qué necesitas saber si alguien es o no homosexual?
Después de años de preguntar y observar reacciones cuando revelo mi identidad sexual puedo afirmar que la respuesta a esta interrogante es que necesitas clasificarlo: si es hombre, es menos que otros hombres, pero más que una mujer (sigue siendo un «pene-habiente», como dicen las feministas) y si es mujer es menos que un hombre, pero también que una mujer heterosexual.
He tenido que soportar muchas veces ser minimizado a simplemente «el marico» u oír «la marimacha esa».
Por más cómodo que esté la persona con su sexo biológico (cisgenero) siempre será «el distinto» y, por ende, tratado distinto, inclusive institucionalmente; quizá no de una manera formal, pero quienes hacen vida en organismos e instituciones seguirán clasificándole. Un buen ejemplo de esta clasificación es la poca investigación en torno a asesinatos de personas trans o la poca autonomía de las personas homosexuales sobre los bienes de su pareja fallecida, en especial desde la familia misma.
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Muchos hemos sufrido violencia de distintas maneras sin distinción de sexualidad (lamentablemente vivimos en una sociedad que aún es muy violenta); sin embargo, la mayoría de las personas negras, las mujeres o los discapacitados consiguen un oasis en sus hogares, no así para los homosexuales. Para quienes somos parte de la comunidad la violencia empieza en casa. Desde el comentario mal intencionado de un primo, pasando por la violación a la privacidad hasta llegar a las tan comunes corridas de casa.
Mi amigo, «Pedro», es el hijo mayor de una madre soltera; desde siempre se han protegido, en especial cuando su padrastro dejó a su mamá, momento en el cual trabajó hasta de albañil para cuidarla junto a su hermano. Con el tiempo, «Pedro» se graduó de ingeniero, se vino a Caracas, consiguió un buen empleo, pagó la liposucción que su mamá perdió… la llevó a Dominicana, a Los Roques… en fin, siempre la cuidó y procuró lo mejor para ella. Recientemente, durante una discusión, ella lo calificó de «fracasado». Todos los logros de «Pedro» habían sido una «disculpa» por ser homosexual y jamás han sido suficientes.
Los logros de muchos homosexuales han permanecido invisibilizados por años o se ha ocultado la información sobre su sexualidad para «no manchar la imagen», como es el caso de Alejandro Magno, Da Vinci, Alan Turing o Teresa de la Parra.
En este punto me surgen varias preguntas: ¿no es más vergonzoso violentar la privacidad de una persona? ¿Por qué los logros de los homosexuales son minimizados por lo que ocurre en su intimidad? ¿No es más aberrado quien no contribuye a la sociedad?
Afortunadamente, y gracias a iniciativas como esta, cada vez hay más voz para la comunidad LGBTI+ y las vidas de quienes solo demandamos igualdad y respeto se han convertido en vidas menos underground. Las personas homosexuales también trabajamos, hacemos el mercado, cuidamos de nuestras familias y aportamos a la sociedad.
A pesar de los avances falta mucho por recorrer, en especial en Venezuela: uno de los pocos países del mundo que involuciona socialmente. Todavía un número importante de ciudadanos sigue siendo tan machista como en el siglo XIX, sigue siendo tan racista como en el siglo XIX y, sobre todo, tan homófobos como en el siglo XIX.
Para quienes somos parte de la comunidad, la violencia empieza en casa.
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