La vuelta de Víctor Hughes, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
En 1792, el terrible Año II, a la revolución en Francia se le acabó el cariño y sus jefes echaron mano a la macabra máquina de cercenar cuellos que pocos años antes había inventado –para vergüenza de mis colegas- el médico Jean-Ignace Guillotin. Alejo Carpentier, en El siglo de las luces (1962), nos narra la contemplación que del fantasmagórico bastidor instalado en la proa del barco en el que navegaba rumbo a las Antillas hacía Víctor Hughes, el comisario que la Convención había destinado para meter en cintura a todo aquel que en los territorios franceses en el Caribe pareciera contrario a la causa.
Sin muchos tapujos, la máquina de cortar cabezas entró rápidamente en funcionamiento en tierras de las islas Guadalupe y Martinica. «Una revolución no se razona», decía Hughes, «se hace». Así suele ocurrir cuando de «resetear» la historia e imponer un programa político se trata. Lo mismo será en Rusia, en China y en Cuba muchos años después: pasada la hora de los arrumacos y de las grandes consignas, llega la de la violencia, esa a la que Marx llamó un día «partera de la historia».
La guillotina de Víctor Hughes seguiría activa en este lado del mundo incluso en los tiempos del Directorio y hasta del Primer Imperio, sabido como es que la violencia política siempre se autoexplica a sí misma y que no necesita de motivos para seguir actuando más allá de que haya alguien a quien poder matar.
La idea del comisariato político a cargo de velar por la materialización sin contemplaciones de la pureza revolucionaria es, pues, francesa. Chinos, rusos y cubanos se encargarán de «mejorarla», disponiendo para ello de gente poseedora de una formación intelectual tan alta como bajos eran sus escrúpulos. La revolución chavista no podía quedarse atrás y también ha venido a disponer a los suyos, pero en los desportillados hospitales venezolanos en los que puede que no siempre haya agua y luz, pero que contarán en adelante con un flamante «cuerpo de inspectores» destinados a disciplinar a todo aquel que, en criterio del régimen, no «se ande derechito» en sus salas, quirófanos y pasillos llenos de basura y sin bombillos, pero por los que deambulan a sus anchas, incluso, hasta pistoleros y vendedores ambulantes.
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Necesitado de algo que mostrar en hospitales deliberadamente sacrificados en el altar de esa estafa continuada de más de 45 millardos de dólares que fue Barrio Adentro, el régimen chavista ha decidido disponer a toda una falange tropical de comisarios políticos que garantice, al costo que sea, los resultados técnicos que nuestros pobres nosocomios no pueden generar siendo que más de la mitad de sus quirófanos y laboratorios están inoperativos, sin tomógrafos ni resonadores más del 80% y con una repartidora de arepitas y bollos con margarina como mal remedo de sus inexistentes servicios de Nutrición y Dietética.
Vendrán con cuñetes de pintura de tercera pagada a precio de silk para tapar huecos y filtraciones en infraestructuras por décadas sin mantenimiento alguno, mientras le «ponen el ojo» a todo médico o enfermera que reclame, proteste o pida recursos con los que casi seguramente ningún hospital público venezolano cuenta desde hace años.
¿Bacteriología? ¿Anatomía Patológica? ¿Radioterapia? ¿Laboratorio clínico especializado? ¿Cirugía cardíaca? ¿Trasplante de órganos sólidos? ¡La de años que hace que nada de eso existe en los hospitales públicos de Venezuela, salvo alguna excepción difícil de recordar! Y más vale que no vaya residente alguno a incurrir en la candidez de extender a familiares y acompañantes de un enfermo a su cargo una boleta con el estudio diagnóstico o medicamento que este requiera y que el nuevo comisariato rojo venezolano no pueda proveer, porque en ese caso se expondrá a ser víctima de la amenazante cuchilla revolucionaria dispuesta a acabar con su carrera e incluso a demorar o imposibilitar cualquier acción médica en beneficio del enfermo si ello supone exponer a la opinión pública la conocida precariedad técnica de la gerencia hospitalaria pública en este país.
Una gerencia bajo cuya administración más de la mitad de lo que un enfermo requiera en un hospital público debe serle provisto por sus familiares. Un reciente informe de Johns Hopkins ha ratificado lo que diversos estudios nacionales hace mucho vienen señalando.
Vendrán pues los nuevos comisarios prometiendo extirpar las corruptelas que el régimen prohijó al delegar delicadas funciones del gobierno hospitalario en elementos políticos que eventualmente saldrían de su propio control. Cobros al paciente, extorsiones al personal y pacientes y acciones delincuenciales de todo tipo llevadas a cabo en los propios recintos hospitalarios no son cosa nueva, sino prácticas toleradas en favor de una pretendida «refundación» que redujo a su mínima expresión la acción de gremios, sindicatos y universidades en nuestros hospitales.
Pero, como suele ocurrir en las revoluciones, siempre llega un Termidor y al bochinche hay necesidad de ponerle coto. Con tal cometido llegó a un día a América, cuchilla en mano, el terrible Víctor Hughes porque tal es el encargo que los comisarios políticos traen cuando a las revoluciones se les acaba el cariño y las grandes realidades, negadas durante años, terminan imponiéndose solas.
Como a las grandes revoluciones, al chavismo se le acabaron también los caramelitos para repartir. Los chinos miran la cosa desde lejos, los rusos se dedicaron a matar gente en Ucrania y los cubanos dejaron esto así tras cobrar lo suyo.
Concluido pues el relajo rojo, solo quedaron nuestros pobres hospitales de paredes carcomidas y mobiliario cubierto de óxido en los que exiguos cuerpos médicos tratan de hacer lo que mejor pueden por el venezolano enfermo sumido en la pobreza de la que la revolución «bonita» prometió redimirle hace más de 20 años. Tiempo propicio entonces para la vuelta a estas tierras de los émulos de aquel personaje que recreara la pluma de Carpentier y que ahora tendrá su versión «nosocomial» en el flamante cuerpo de inspectores que ha anunciado su arribo a nuestros hospitales sin agua y sin luz.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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