Las cosas del discurso de Gustavo Petro y de nuevo la espada, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Como si se tratara de la canción del grupo musical irlandés, The Cranberries, Gustavo Petro comenzó su discurso con los clásicos saludos a sus familiares, con muchas gracias para su padre, su madre y sus hijos. A todos fue nombrando, uno por uno, con sus características –destacadas todas, claro, hasta que llegó el momento que ha levantado las sospechas sobre alguien con el extraño poder que da el ser la figura hereditaria. Se trata de Sofía Petro, de la que, se dice, tiene el carácter de su padre y también la que más influye sobre este. ¿Algún parecido? Seguramente ya se imaginan.
Con un discurso más apegado a la tradición de la izquierda, y mucho más adaptado al perfil de los políticos en Latinoamérica y ahora un poquito más allá. Petro, hizo uso del juego de las palabras, de la poesía y del ingenio creador de los colombianos para mantener a todos atentos y además contentos. Era el momento de lucir las habilidades y experiencias del estadista, pero Petro debía ser fiel al libreto de siempre: mejor el camino de la poesía, la historia y las promesas.
No obstante, las expectativas sobre la lectura de ese extenso documento que portaba cautivaban la atención de muchos en el exterior, sobre todo en el conocido mundo del mercado. Ese asunto que va modelando la economía de cada nación y que emite señales sobre como podría marchar ese contenido tan importante para el éxito o el fracaso de una gestión de gobierno. ¿Qué dirá? ¿Cuáles son los planes? ¿Qué programas trae?; eran parte de las preguntas abiertas mucho antes de haber escuchado los casi 50 minutos del discurso del actual presidente de Colombia.
En mi caso particular, estaba pendiente de las cinco grandes propuestas que Gustavo Petro sostenía al principio de la segunda vuelta presidencial: Cambio del modelo económico; apuesta por el cuidado del territorio y cambio en la matriz energética; medidas para promover la igualdad de las mujeres; cambios en las fuerzas de seguridad y la reforma tributaria: impuesto a las 4.000 grandes fortunas de Colombia.
Pasado los primeros cinco minutos, Gustavo Petro no había dicho nada sobre las propuestas antes mencionadas. Hablaba de la paz, de la vida y como llegar a ella. Imagino que, en ese instante, el presidente estaba recordando que luego de la firma del tratado, en la guerrilla colombiana, con sus componentes ya desmantelados, muchos optaron por unirse al servicio de otros no menos violentos y que siguen erosionando la paz en Colombia. Lo hacen porque no han conseguido otra alternativa, porque han preferido abandonar los campamentos, o zona Veredal de Transición, con sus destartalados ranchos, donde la alimentación está basada en mucho carbohidrato y algunos pescados y huevos, según han relatado algunos exguerrilleros, para ver si consiguen la inserción social prometida.
Ante esa escena, el narcotráfico, los grupos armados que se resisten a entregar las armas o peor aún, la delincuencia organizada, se ceba ante tanta necesidad y consigue arrancar el elemento fundamental para la paz: el hombre o mujer desarmados. La paz es una tarea que lleva una larga espera y si Petro quiere alcanzarla en toda Colombia, como él lo ha indicado, debería volver la mirada y la atención del Estado hacia esos lugares llamados «campamentos», donde hay seres humanos en pleno ocio, pero con mucha disciplina militar y cansados de no hacer nada, solo esperar. Es en este último estado, cuando la paz se convierte en una muy débil opción para ellos.
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Igualmente, en su discurso, el nuevo presidente de Colombia se aseguró que la tan anunciada reforma tributaria estuviera presente, acusando que el setenta por ciento de la riqueza de ese país estaba en el diez por ciento de su población. Pero más allá de preparar todo para comenzar con buen pie la referida política tributaria, dijo que era «inmoral» que las sumas porcentuales antes mencionadas fueran esas. Desde mi humilde opinión, he creído que, con el uso de ese adjetivo cualquiera de esas empresas u otra que estuviera pensando en tener su inversión en ese país, volvería a pensarlo. Porque para este caso, una cosa es lo que se piensa y otra es lo que se debe decir.
Ahora bien, la alarma se activó con mayor fuerza al momento que reforzaba su empeño en llevar adelante alianzas con ciertos países. Como diría un amigo, todos comenzarían a sudar frío cuando iba a nombrarlos –que en realidad no hizo porque de África, que se sepa, es un continente y el mundo árabe puede tratarse del Magreb o un poco más allá–. Así por ejemplo en el mundo árabe se pueden ubicar: Palestina, Siria, Iraq, Libia, Sudán del Norte y para el África: Somalia, Sudán del Sur, Congo, Zambia y Zimbawe, con sus «brillantes» mandones, entre otras violencias. Y si nos adelantamos un poco, ha podido tropezarse con Corea del Norte en el Este del Asia. De ser así, cuesta imaginar que estas alianzas tengan algo que ofrecer a la Colombia que quieren todos sus habitantes y su presidente (¿?).
Imagino que todos han pensado lo que cualquier persona ganada al progreso de su país, junto a su libertad claro, buscaría en las alianzas con otros países: experiencias más convenientes y enriquecedoras. Sobre todo, con países que tienen muchas cosas que ofrecer, más aún si el mismo Gustavo Petro habló de un tema tan clave como la sociedad del conocimiento. Evidentemente, muy pocos –puede que ninguno– de los países con los que Petro buscará alianzas poseen condiciones para un intercambio enriquecedor. A menos que se refiera a la reciprocidad por razones de orígenes y alguno que otro elemento cultural.
En su alocución, Gustavo Petro, pidió a los organismos internacionales, concretamente al Fondo Monetario Internacional (FMI), intercambiar deuda por el cuidado de la selva amazónica colombiana. Esta solicitud, a mi entender, luce bastante atractiva, pero hay muchas aristas, de las cuales la más importante sería la conocida experiencia que se tiene sobre el manejo de fondos para la atención de los problemas en los que hemos metido a la naturaleza. De esto hay un caso que se ha presentado entre una empresa petrolera y la agencia de desarrollo de la ONU, en el Amazonas colombiano, confirmando el historial de corrupción de los países Latinoamericanos –los de más arriba no están exentos– no se ofrecen las garantías necesarias para acoger una iniciativa como esta.
Finalmente, y no deja de ser importante, la aparente terquedad de Petro por mantener, a la muy ajetreada espada de Simón Bolívar en escena, más que dar fuerza al discurso y al evento en sí mismo, ella se convirtió en la protagonista.
Veamos algunas razones: esa espada tiene sus historias, más allá de estar acompañando a su propietario por largo tiempo, es decir Simón Bolívar. Fue el M19 quien en 1974 se apoderó de la espada – o secuestró– y estuvo durante 17 años en desconocidos lugares por lo que se pensaba que no estaba en Colombia y el mismo Petro, dijo en su momento que ella estaba aún en el país. De tal manera que la espada, se ha convertido en una especie de amuleto, pero también, vista la experiencia vecina, en un instrumento de opresión y fiesta cuando su copia es otorgada a cualquier villano, así como si se tratara de una barajita. Y puede ocurrir que ella sea, aunque no soy creyente, ciertamente un símbolo, pero de mal augurio. Nadie sabe.
Luis Ernesto Aparicio M. es Periodista Ex-Jefe de Prensa de la MUD
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