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Las derrotas de Teodoro, por Fernando Rodríguez



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Fernando Rodríguez | noviembre 27, 2018

[email protected]


En un artículo anterior en este mismo diario, afirmamos sin ambages que, a nuestro entender, Teodoro Petkoff había sido el político que había reunido más méritos en los diversos ámbitos en que un político puede tenerlos, desde el valeroso y audaz guerrero hasta el teórico que pensó y actuó con más lucidez y honestidad en un momento político crucial de la historia nacional, pasando luego a convertirse en un ministro estelar o un señaladísimo renovador del periodismo crítico nacional, y no abundo en otros campos. El dolor nacional, en esta hora silenciosa del país devastado, ha sido tanto y tan continuo que es la mejor prueba de la hipótesis.

Pero también dejaba una incógnita en esas cuartillas. ¿Por qué esa figura tan destacada fracasó en obtener el poder, la presidencia de la República, por el cual luchó denodadamente, su frustración y desgracia del país como decía el Dr. Ramón Velásquez? Cuatro veces lo intentó, dos veces llevándolo hasta el final con resultados mínimos. Otra vez retirándose noble y realistamente para potenciar una candidatura opositora al desastre chavista. Y por último la búsqueda, también fallida de la alcaldía de la capital, seguramente un puente hacia la buscada conducción nacional.

Algo impidió la comunicación del inmenso líder con las grandes mayorías. Lo cual contrasta con su definitiva e insuperable influencia sobre el país minoritariamente culto que se prolongó durante decenios y que se manifestó efusivamente con su muerte, a pesar de su prolongada edad y largos años de retiro del escenario nacional por una triste y demoledora enfermedad

Son demasiado superficiales y en algunos casos francamente repudiables algunas explicaciones, como la excelencia intelectual del discurso de Teodoro en un país con una escasa y todavía adolescente cultura política. Aquí y allá, en este planeta, esas diferencias supuestas no han impedido esa comunión. Aunque algo de muy parcial y superficialmente cierto pueda tener.

Un día, en una de esas fallidas y torturantes campañas con poco dinero, escaso aparato y minusvalía de medios manipulados y cegatos que no dejaron de ver en él a un sospechoso converso, un eminente teórico español del discurso político se permitió asesorarlo: su discurso era muy brillante, acaso demasiado, pero dudaba que mucha gente lo pudiera digerir. Teodoro se encolerizó pero ha debido pensar mucho la objeción. Pero en cualquier caso no es lo determinante, también se podría decir que tenía un enorme carisma y este está más allá de los conceptos.

Me atrevería a decir que nada niega el enorme mérito de su ruptura con el comunismo y la fundación de un progresismo democrático y abierto a la libertad económica, puertas inéditas y definitivas para la izquierda nacional, atascada, entumecida, por una línea armada casi fenecida al nacer y que solo sostenía la testarudez cubana. Incluso sus libros y su voz se expandieron mucho más allá del país y sintonizaron con la que culminaría en la desaparición del imperio soviético, unos quinquenios después.

La década del sesenta, ese raro y milagroso decenio de la historia, en el cual sucedieron tantas y tan radicales cambios en casi todos los órdenes de la vida – la descolonización, el tercermundismo, el sexo, la igualdad racial, la música, el feminismo, el antibelicismo, la manera de vestirse y peinarse…- pareciera haber transcurrido por dos vías que nunca se juntaron ni tampoco dejaron de interactuar guiadas por un mismo sentimiento: cambiar el orden del mundo. Yo creo que esa sincronía y esas cercanías y diversidades son un tema apasionante, un raro nudo de la historia. Me refiero a lo que culmina en mayo del 68 con una inhabitual implosión de ideas claves y costumbres y la rebelión interna de los partidos comunistas en pos de la democracia y la libertad individual.

*Lea también: Teodoro y la historia, por Fernando Rodríguez

Sin duda la crítica teórica de Petkoff y el ideario, casi una pragmática hoja de ruta, para hacer de inmediato una izquierda moderna y libertaria, que unificara su noble vocación social con el irrenunciable derecho a la libertad humana, se enraíza en la vertiente más política del amasijo histórico señalado, la que oía a la Nueva Trova o a los Parra y no a los Beatles y a los Rolling Stones. Se emparenta sin resistencias al eurocomunismo que ciertamente abría otro camino, muy otro a pesar de mantener algunos protocolos, para la revolución social marxista. Y que de alguna manera llega hasta la Perestroika y Gorbachov.

Pero un tsunami que nadie vio se estaba gestando en las aguas más profundas y que iba a acabar, no a reorientar ni depurar vicios y torceduras, los soportes últimos de la ideología comunista, al menos en sus versiones dominantes, tanto rusa como china. Y de paso, era tan fuerte su furia, que arrasó con esas variantes que de alguna forma seguían atadas a sus orígenes, por más que los hubiesen cuestionado. Y eso en toda geografía. Mayo del sesenta y ocho y sus radicalismos duraron pocos años. Y la izquierda ajena al dogma, hacia el centro, también.

Por algunos años el liberalismo se hizo, directa o indirectamente dominante en el mundo, y los viejos equilibrios políticos, fuertemente cuestionados en un momento, retoman sus lugares. Es muy claro en la historia de Europa. Y también en Venezuela donde AD y Copei reinarán por algunas décadas más.  En cierto modo el eurocomunismo, y el teodorismo para lo que nos interesa, lo que habían reinventado era la socialdemocracia bastante enmohecida y acartonada, la habían modernizado y puesto al paso de las costumbres y las nuevas generaciones.

Una vez que estas recuperaron el ánimo y se vistieron con los nuevos atuendos las izquierdas renovadas perdieron peso, dejaron de ser terceras vías, al fin y al cabo las raíces socialdemócratas eran centenarias y su fidelidades al orden dominante del mundo incuestionables.

Es muy somero lo que digo sobre un tema oceánico, pero a lo mejor indica un camino para entender esa izquierda, lúcida y renovada, que no terminó de ser.

Y a lo mejor un inevitable presedente por si alguna vez pretende volver a ser una opción, o al menos una trinchera para evitar que prolongue disfrazado de izquierda sus últimos delincuenciales estertores, privado de cualquier ideario, ese revoltillo degenerado llamado populismo, chavismo en estos lares

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