Las dos caras de Hugo, por Teodoro Petkoff
¿Qué título le pondría a esta entrevista?» Con esta pregunta cerraron los periodistas la entrevista que Últimas Noticias le hiciera a Hugo Chávez el domingo pasado. La respuesta del Presidente es, psicológica y políticamente, muy reveladora: «Que Chávez es un integrador, un hombre de integración». Es curioso que un hombre cuyo discurso ha dividido profundamente al país, se perciba a sí mismo como un «integrador». ¿Es la intención de actuar como tal la que el Presidente quería dejar como última impresión de sus palabras? Sin embargo, en el resto de la entrevista hay pocas evidencias de ese espíritu. Afirma que «es mentira eso que dicen que yo mando en la Asamblea Nacional», pero posteriormente suelta, a propósito de la Ley de Educación, la racionalización que justificaría el batazo que piensa darle: «Una comisión llegó a algunos acuerdos no compartidos por los sectores mayoritarios del Poder Legislativo». ¡Sorprendente! Esa ley fue aprobada, en primera discusión, por unanimidad, en la AN. El «integrador», pues, ante un acto creador de consenso, motorizado por parlamentarios de su propio partido, ya tiene una decisión: desintegrar el acuerdo alcanzado. ¿Cómo se compatibiliza esto con su autopercepción de «integrador»? ¿Nota Chávez la incongruencia entre sus palabras y sus actos?
El Presidente quisiera ser visto como lo contrario de lo que realmente es. Hay una búsqueda de aprobación, que le lleva a creer que simplemente con negar que lo haya hecho queda recogida el agua derramada. Sabe que no es «monedita de oro», pero quisiera serlo. Nunca tuvo la intención de agredir o criticar a nadie. Siempre ha sido mal interpretado. Siempre son los otros los culpables de los malentendidos. Nunca él. Si reconoce un error, inmediatamente tiene la justificación: «Yo creo que es un error reaccionar así como a veces reacciono», admite, con aparente humildad. Pero de seguidas supera este instante de «debilidad» y lanza sobre los demás la responsabilidad: «…pero ¿qué Presidente o Gobierno fue atacado con tanta saña?» Su idea de la democracia participativa es realmente pintoresca. Cuando se le pregunta por la queja de los empresarios en relación con la falta de consulta en la elaboración de la Ley de Tierras, explica que habló con ellos y «entendieron las razones que yo les di. Ellos nunca nos exigieron el texto del instrumento legal». A Chávez no le pasa por la cabeza que la concepción participativa de la democracia lo obligaba a entregar ese texto a los interesados, sin necesidad de que lo pidieran -aparte de que le ha sido solicitado en todos los tonos. Por eso remata retadoramente: «ahora dicen que no se les consultó». Lo peor es que realmente cree que sí les consultó.
¿Puede rectificar una persona así? Muchos son escépticos. No sin razón, porque esta misma entrevista muestra tal discrepancia entre las palabras, las intenciones, y los hechos mismos, que se hace difícil no pensar que el Presidente no tiene idea clara de cómo pasar de la boca a las manos en materia de rectificaciones significativas en su conducta política