Las dos izquierdas, por Teodoro Petkoff
Tabaré Vásquez asumió ayer la presidencia de Uruguay. Corona así el Frente Amplio, variopinta coalición de izquierda, una larga y esforzada lucha de 34 años, que la llevó desde la clandestinidad bajo la dictadura militar –a cuya derrota mucho contribuyó- hasta la formidable victoria electoral que le ha dado no sólo la presidencia del país sino el control del parlamento. Marca este episodio un momento más del copernicano viraje hacia la izquierda que se viene dando en Latinoamérica desde hace pocos años. Después de décadas de dictaduras militares y democracias populistas, que dejaron un legado de degradación institucional, corrupción y un crecimiento económico precario y contradictorio, que produjo las sociedades más desiguales del planeta, y a lo cual se añadió el fracaso de las reformas de signo neoliberal (más que todo porque, terminaron siendo una variante igualmente corrompida e institucionalmente envilecida de las experiencias anteriores), los pueblos del continente han colocado sus esperanzas en el otro lado del espectro político, el izquierdo.
Sin embargo, la izquierda, como la derecha, posee diversos matices. Grosso modo, tenemos dos izquierdas en el continente. Cada una, internamente también con no pocas particularidades específicas y diferentes entre sí. Una de las dos grandes tonalidades de la izquierda, que vive la tensión permanente entre el compromiso ideológico y el sentido práctico y pragmático a que obliga el realismo político, duramente aprendido de las lecciones de los fracasos de la estrategia armada de los 60, 70 y 80 así como de las frustrantes experiencias de los gobiernos de Allende en Chile y del sandinismo en Nicaragua, es la que hoy tiene como exponentes principales a los gobiernos de Lula, Lagos, Kirchner, ahora Vásquez y, con un perfil más bajo y todavía más hacia el centro que los anteriores, a los gobiernos de Leonel Fernández en Santo Domingo y de Martín Torrijos en Panamá. Habría que incluir en este grupo también al gobierno de Guyana. Al otro lado de éstos pueden ubicarse las posturas de Fidel Castro y de Hugo Chávez. No obstante, aunque entre estos dos personajes y los movimientos políticos que los sustentan también se dan importantes diferencias y sería un error equipararlos, constituyen un emblema latinoamericano de esa izquierda decadente y anacrónica en sus concepciones, asociada a una cierta nostalgia del turbio y siniestro esplendor del modelo soviético.
El continente que viró hacia la izquierda se debate entre ambos polos y cada uno de ellos, a su vez, posee a lo interno la misma contradicción, en mayor o menor grado. Esa polémica, a ratos ruidosa pero por lo general asordinada, va a ser zanjada, sin duda, por el desempeño de sus respectivos representantes y en este sentido todo indica que la tendencia apunta al éxito de la izquierda práctica, que sin la estridencia radicaloide de la otra, comprende que el cambio social pasa por el crecimiento económico y por el fortalecimiento de la democracia. Aunque el sex appeal romántico y los chorros de adrenalina que provoca la versión castro-chavista de la izquierda encuentra eco en algunos países donde la izquierda parece lista para acceder al poder (Nicaragua, El Salvador, Bolivia), sus experiencias concretas no son nada estimulantes: de un lado, el país arruinado y totalitario que es Cuba, y del otro, la confusa “revolución bolivariana”. En todo caso, Latinoamérica está alumbrando un nuevo capítulo de su historia, ya no determinado por las contingencias de la Guerra Fría sino a partir de sus propias circunstancias y de su largo y torturado devenir.