Las elecciones chilenas, por Simón Boccanegra
Estuve en Chile a comienzos de diciembre del año pasado, antes de la primera vuelta de las elecciones, y tuve el pálpito no sólo de que la derecha ganaría esa primera vuelta sino también la segunda, tal como la ganó el domingo pasado. La mayoría de los chilenos no castigó malos gobiernos de la Concertación. Todo lo contrario, estos proporcionaron veinte años consecutivos de crecimiento económico sustentable, de sensible reducción de la pobreza, de avances espectaculares en la construcción de infraestructura y Michele Bachelet, que se va del gobierno con niveles de aprobación superiores al 80%, deja al país en el umbral del Primer Mundo, admitido ya en OECD, que es el club de los países de mayor desarrollo económico. ¿Qué pasó entonces? La Concertación se durmió en sus laureles. Eso sentí cuando estuve. Sus partidos se burocratizaron, se esclerosaron y en cierta forma se distanciaron de las bases populares. La gente no vota por el pasado sino por el futuro y a un cierto porcentaje de votantes de la Concertación le entró la duda de que esta pudiera mantener con la repetición de las mismas caras una y otra vez, en todos los cargos ejecutivos y parlamentarios la misma tónica de los cuatro gobiernos anteriores. La candidatura de Marco Enríquez-Ominami fue un aviso resonante. Disidente del partido socialista, joven, cara nueva, con su 20% de votos en la primera vuelta demostró que su solicitud de selección democrática del candidato de la Concertación no había sido un capricho. Probablemente no habría ganado las primarias que planteó, pero estas habrían sido un soplo de aire fresco para la Concertación.
Tal vez a ésta no le haga mal una pasantía por la oposición, para recuperar el brío y la frescura de antaño. La izquierda democrática volverá a La Moneda, no lo dudo.
Pero tiene que renovarse.