Las elecciones de Chile, por Simón Boccanegra
Las elecciones de ayer, en Chile, confirman varias cosas que ya se habían anticipado. Una, que Sebastián Piñera ganaría la primera vuelta, pero sin el 50% más uno, lo cual obliga a una segunda vuelta, el próximo 17 de enero. Otra, que la gente siempre vota mirando hacia el futuro y no por el retrovisor. A pesar de que la presidenta Michelle Bachelet ha llevado adelante un muy buen gobierno, testimonio de lo cual es una aprobación popular cercana al 80%, esta no se transfiere automáticamente al candidato de la Concertación, que desde hace veinte años y cuatro gobiernos lleva las riendas del estado chileno, habiendo conducido el país austral a los umbrales del Primer Mundo. Y aún así. Una tercera, que la sociedad chilena, partida en dos mitades casi iguales, parece estar cristalizada y ninguno de los dos bloques ha logrado perforar el otro lado de manera decisiva. Por eso, el resultado de enero se anuncia tan cerrado como en las cuatro ocasiones anteriores, en las cuales por margenes muy estrechos, se impusieron primero Patricio Aylwin y luego Frei, Lagos y Bachelet. Esta vez, sin embargo, la primera vuelta mostró una novedad. La diferencia entre Piñera y Frei es mucho mayor que en las anteriores elecciones, cuando ya en la primera vuelta la distancia entre los dos candidatos de la izquierda y la derecha era muy pequeña, pero se podía prever que el 5% que obtenía el tercero en discordia, de la izquierda comunista, iría a parar al candidato de la Concertación, como, en efecto, siempre pasó.
Esta vez, además del candidato comunista, en esta oportunidad Jorge Arrate, con su eterno 5%, apareció un outsider, desprendido de la Concertación, Marco Enriquez-Ominami, cuyos votos no es tan fácil atribuírselos a Frei. Matemáticamente este debería ganar, pero la distancia entre él y Piñera es amplia y la exitosa candidatura del joven Enriquez-Ominami, incierta en cuanto a la orientación política de sus electores, debería ser una señal de alerta para la coalición de gobierno, que luce, para decirlo francamente, un tanto esclerosada. Si esa campana no es oída con atención, aún ganando Frei, la Concertación puede entrar en problemas.