Las ganas de censurar, por Simón Boccanegra
Funcionarios del gobierno están siendo víctimas de lo que podríamos llamar el síndrome del gato. Tienen una compulsión que se podría calificar de patológica por ocultar la basura bajo la alfombra o, como hacen los delicados felinos caseros, por enterrar sus propios excrementos. Ya el Parlamento, por mediación de la buenamoza Hiroshima Bravo, quien teorizó sobre la materia, aprobó una ley para prohibir la mención en los medios de los niveles que alcanzaba la tasa paralela, permuta, gris o negra o como quieran denominar la tasa de cambio bolívar/dólar que se comercia fuera de Cadivi. Ahora, un jefe de la policía judicial ha prohibido a los familiares de las víctimas mortales de la violencia declarar a los medios de comunicación. Imagina este señor que ello permitirá al inefable Rodríguez Chacín disimular mejor los partes de guerra semanales. Muy humano el jefe policial. Los deudos de los asesinados ya ni siquiera pueden tener el relativo consuelo de contar las circunstancias en que murieron sus parientes -que no pocas veces señalan a policías que aducen «resistencia a la autoridad»- ni reclamar mayor acción de los cuerpos de seguridad en sus barriadas. ¡Chito!, pues. Cómo se ve que en algunos medios del oficialismo laten unas ganas terribles de establecer una censura por toda la calle del medio. Algunos ya quisieran tener una censura en regla, al por mayor, como la de Pérez Jiménez, con el lápiz rojo en ristre, para no andar censurando al detal, como Hiroshima o el jefazo policial.
PD: Debo excusarme con Díaz Rangel. No había leído Últimas Noticias de ayer cuando escribí la minicrónica del día y por ello no vi antes la contundente respuesta que tanto los periodistas como el propio Díaz Rangel dieron a las impertinencias de Yo-El-Supremo. Esa es la conducta que uno esperaría siempre de Eleazar.