Las Malvinas Fest: Rock y autoritarismo, por Rafael Uzcátegui
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Un León Gieco de 31 años, a solas con su guitarra acústica frente un público de 80.000 personas, canta sentida y solemnemente: «Solo le pido a Dios, que el dolor no me sea indiferente, Que la reseca muerte no me encuentre, vacía y sola sin haber hecho lo suficiente». Era 16 de mayo de 1982 y Argentina seguía gobernada por la dictadura militar de Leopoldo Fortunato Galtieri. En la cancha de rugby del estadio Obras Sanitarias el público coreaba hasta el rugido. La tarima lucía decorada con una pancarta que rezaba «Homenaje de Solidaridad Americana». En aquellos tiempos de miedos y desaparecidos, el momento era sublime. El acto era transmitido en vivo a todo el país por televisión y radio, calculándose en algunos millones su audiencia.
Gieco formaba parte de un cartel estelar, compartiendo aquella noche húmeda y fría los micrófonos junto a un dream team del rock argentino: Luis Alberto Spinetta, Charly García, Litto Nebia, Miguel Cantilo, Raúl Porchetto, David Lebón y Pappo, entre otros. Aquel concierto, titulado «Festival de la Solidaridad Americana», se había convocado para ayudar a los soldados argentinos que desde hacía poco mas de un mes atrás luchaban en la Guerra de las Islas Malvinas, 11.000 kilómetros cuadrados divididos en un archipiélago del Atlántico Sur que Argentina le disputaba a Inglaterra. En la entrada del estadio una larga fila de camiones militares acopiaba los donativos recibidos como entrada al evento: alimentos no perecederos, ropa de abrigo o cigarrillos. «Este es un concierto por la paz», repetían una y otra vez los involucrados ante las decenas de entrevistas en medios de comunicación.
En ese 1982 se vivía el cenit de un frenesí nacionalista. La frase «Las Malvinas Argentinas» decoraba cada palmo del país. Ocho días después que las tropas albicelestes desembarcaran en las islas, un 10 de abril de 1982, Galtieri daba un discurso frente a una eufórica multitud congregada en la Casa Rosada, exclamando la frase célebre «Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla». Aunque la realidad era otra, los medios oficiales daban partes de guerra que describían cómo el ejército argentino supuestamente diezmaba a las tropas de su majestad, hinchando aún más aquel orgullo patrio desbordado.
Sin embargo, apenas un mes después del concierto en Obras la junta militar argentina firmaba la rendición en el conflicto, siendo no sólo el fin de la guerra sino de la propia dictadura. En 1983 se convocan elecciones, iniciando así la transición a la democracia.
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La derrota permite conocer posteriormente lo que la hegemonía comunicacional ocultaba. Las donaciones entregadas en el Festival aparecieron en manos diferentes a la de los soldados, muchas –para ser casualidad– vendidas en mercados de la periferia del Gran Buenos Aires.
Dos bandas emergentes se negaron a participar: Virus y Los Violadores, un gesto que con los años validó el argumento que aquel concierto, al igual que el propio conflicto bélico, constituyó una huida hacia delante de un régimen dictatorial por intentar mantenerse en el poder.
Hoy, la participación en aquel Festival se ha vuelto un tema incómodo para quienes participaron. Del grupo de músicos sólo León Gieco reconoció que haber cantado en esa tarima había sido un error, dándoles la razón a quienes en su tiempo dijeron «No». Razones económicas no había, pues ningún músico cobró por participar. ¿Necesitaban esa proyección por alguna otra razón? Aunque nunca hubo un decreto por escrito que prohibiera la divulgación de música en inglés, la Guerra de las Malvinas significó la gran catapulta para la difusión del rock argentino, que de la noche a la mañana sonaba en todos lados.
La recomendación de rotarlos, junto a la música folklórica y el tango, surgió del Comité Federal de Radiodifusión (Comfer), el Conatel gaucho. La pandemia patriotera hizo el resto: Los programadores de las emisoras dieron cabida a lo que, hasta entonces por razones comerciales, había estado vetado. Con todo, gente como Charly García ya era suficientemente celebrado por su participación en Sui Generis. Los que más necesitaban vitrina para darse a conocer fueron los que se negaron a tocar aquella tarde.
Los músicos justificaron su actuación alegando que lo hacían por «los chicos», el contingente de soldados rasos que habían sido obligados a ir a una guerra y que hasta ayer eran parte de su público. Otros alegaron que lo disruptivo no era negarse a tocar, sino precisamente en medio de todo aquello, cantarle a la paz.
Seguramente varios compartían la idea que, ante la posibilidad de recuperar las Islas Malvinas, el enemigo mayor ya no era la dictadura sino Inglaterra.
Sergio Pujol, historiador y periodista, sostiene que el evento, «empañó un desempeño –del rock argentino– hasta ese momento más que digno frente a una dictadura genocida que, para poder consolidarse de modo hegemónico, debía cooptar diferentes espacios de la vida social y cultura del país». A la distancia es paradójico que el mismo gobierno que promoviera la guerra cediera todas las condiciones materiales y logísticas para hacer un concierto «por la paz».
Hay quienes han señalado que, dadas las circunstancias, los músicos no tenían opción sino la de participar. Para el autor del libro «Rock y dictadura» no hay evidencias de la presión gubernamental a productores y managers para organizar un recital multitudinario. Por tanto, Pujol es incisivo: «En virtud de su historial contestatario y contracultural, era razonable esperar una actitud diferente por parte del rock como movimiento. Esa otra actitud no existió».
Como la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa, es parte del «Manual Galtieri» azuzar llamas nacionalistas desempolvando conflictos limítrofes con otros países, intentando ganar con ello tiempo y recuperar la popularidad perdida. Pocos aprenden por experiencia ajena.
Queda allí el precedente, incluso para los músicos que inviten a los predecibles conciertos por la disputa con la Guyana Esequiba. Otro artista, pero de origen uruguayo, Martín Sorrondeguy, compuso la letra de un furioso hardcore llamado «Tiempos de la miseria», con el que cerramos este texto: «Creen que pelean para proteger lo que es nuestro, ¿Nuestro? Nosotros no somos dueños de nada, son ellos los que mandan.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo y Coordinador general de Provea.
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