Las medallas olímpicas, por Simón Boccanegra
Los héroes deportivos son probablemente los más populares y los más queridos. Casi todo el mundo admira un buen desempeño atlético. Es mucha la gente que lo primero que hace al levantarse por la mañana es buscar la sección deportiva de la prensa para ver que hicieron los big leaguers venezolanos el día anterior. El país, de algún modo, se reconoce en sus deportistas sobresalientes. Dos medallas de bronce en las Olimpíadas son gratificantes pero, por favor, que los árboles no nos impidan ver el bosque. Esas dos medallas de bronce constituyen una amarga radiografía del estado de la actividad deportiva nacional. Nuestra competitividad deportiva internacional es irrisoria. En las grandes disciplinas atléticas no tenemos nada que buscar. Por supuesto que no se hace deporte para brillar en el mundo. Esto es sólo una consecuencia. El deporte debe ser parte del proceso educativo y de salud pública. Eso debe ser lo sustantivo. El atleta de alta competencia de nivel mundial sólo tiene sentido si es el producto de la decantación de una base deportiva popular amplísima, que incorpora millones de practicantes bajo la conducción de miles de entrenadores, utilizando instalaciones adecuadas, con el objetivo de hacer un ciudadano bien formado, tanto por el aula como por el gimnasio o el estadio. Eso es lo que le da real significación a las medallas, y no la hazaña aislada, por muy meritoria que sea y que en efecto lo es.