Las nuevas drogas, por Teodoro Petkoff
El panorama general del país presenta indicadores muy preocupantes de desintegración social. Una de sus peores y más graves formas de expresión es la espantosa cifra de homicidios –que se cuenta entre las peores, si no es la peor, de América Latina y el Caribe– y la escandalosa expansión de la inseguridad, que agobia a todos los sectores del país, pero con mayor fuerza que a ningún otro, al que puebla las barriadas populares. El mundo de los humildes vive una verdadera tragedia que no cesa jamás.
Uno de los componentes de esta tragedia lo constituye el crecimiento exponencial del tráfico de drogas a través de nuestro país, plataforma ideal para lanzar, desde aquí, la producción de cocaína proveniente de otros países suramericanos hacia los centros de consumo en Estados Unidos y Europa. Pero, al lado del tráfico y de la creciente presencia de las organizaciones criminales que lo manejan, se está produciendo también un incremento muy peligroso en el consumo de narcóticos entre nuestros jóvenes.
Hay un aspecto particular de éste, sobre el cual es preciso llamar la atención, porque además de las llamadas «drogas duras», los muchachos han descubierto la «nota» que puede producir el uso de ciertos fármacos de libre venta en las boticas. Se trata de productos de uso generalizado porque son, fundamentalmente, jarabes para la tos, uno de cuyos principios activos es la codeína, y algunos analgésicos, que también tienen la codeína como uno de sus principios activos. Como se sabe, la codeína es un derivado opiáceo, es decir, viene del opio y con eso está dicho todo. Esto configura un delicado problema de salud pública, que debe ser atendido prontamente.
A diferencia de la lucha contra el tráfico de estupefacientes, que por ahora está centrada en lo policial, hacer frente al consumo de fármacos con potencial narcotizante puede ser tan sencillo como exigir para su venta una orden médica. Tal como ésta se pide, por ejemplo, para ciertos tranquilizantes, antibióticos o cualquier otra medicina que no puede ser vendida sino bajo orden médica.
Pareciera una exageración hacer obligatorio el récipe para un banal jarabe para la tos o para un analgésico, pero si las autoridades sanitarias del país hicieran una investigación, se sorprenderían del volumen que alcanzan las ventas de esas aparentemente inocentes medicinas. Su consumo provoca adicciones similares a las que producen los estupefacientes «clásicos», así como daños en el comportamiento y en la salud física y mental de los usuarios, de la misma naturaleza del causado por aquellos. Se comprende que puede ser muy fastidioso tener que recurrir a un médico para comprar un vulgar jarabe para la tos, pero si se piensa que esa pequeña molestia puede contribuir a evitar que un muchacho, que podría ser el propio hijo, sucumba a la adicción, bien vale la pena pagar el precio de esa molestia. El Ministerio de Salud tiene la palabra, y también los Colegios de Farmacéuticos, la Federación de éstos y las Facultades universitarias de Farmacia.