Las palabras pesan, por Simón Boccanegra
No hay nada peor para un gobernante que el que lo cacen en una mentira. Hay sociedades donde ese pecado se paga con el cargo, como bien lo supo Nixon, quien perdió la presidencia no tanto por Watergate como por la mentira. Aznar hundió a su partido mintiéndole al país sobre el origen de la matanza de los trenes. Bush y Blair están bailando en un tusero por haber mentido sobre las armas de destrucción masiva en Irak.
Chávez, el domingo pasado, en su polémica con los medios, embistió contra la versión de que los soldados de Fuerte Mara habían sido arrestados por haber firmado contra él, pero desestimó la otra parte de la noticia, que ya informaba sobre quemaduras graves, y aceptando la versión del “incidente sin importancia”, que le proporcionaron sus subalternos, fue atrapado por la mentira. Pero, también, hablar sin tasa ni medida, cuatro, cinco, seis horas, improvisando, sin atenerse a una agenda, echando cuentos, cantando, en plan de showman, presenta estos riesgos de meter la pata. ¡Qué de tonterías no se cuelan en tanto tiempo!
Y casi nunca la culpa es del ministro de Información.