Las repúblicas escolares, por Américo Martín
Twitter: @AmericoMartin
En los progresos de una escuela pública, la Experimental Venezuela, observaba desde mi colegio –privado como tengo dicho– el éxito de las Repúblicas Escolares creadas por los gobiernos de Medina y Betancourt. La Experimental estaba ubicada a unas cuatro cuadras; cinco, a partir de mi casa. Se elegía presidente con el voto directo de los estudiantes. Los aspirantes debían ser de quinto y sexto grado. Vivían la democracia, aprendían el lenguaje institucional, practicaban la política como ejercicio ciudadano.
Mi hermano Luis Antonio estudió en esa escuela, yo hice una brevísima incursión en ella sin llegar a matricularme y mi primo Balboa recorrió todos los grados. En algunos aspectos la Experimental era superior a mi colegio, aparte de que era gratuita, mientras mis padres debían pagar Bs. 20 o 30 mensuales para costear mis estudios.
Supe desde temprano que allí estudiaron también Teodoro Petkoff y sus hermanos Luben y Milko. Notable era la amplia composición social de estas interesantes escuelas.
Con Balboa estudiaba Bastardo, un muchacho limpiabotas que se pichaba con mi primo y eventualmente conmigo dejando escuchar el ruido de sus útiles en el bulto de cuero, que era de uso generalizado por los estudiantes varones de aquellos años. El bulto se llevaba como los actuales morrales, aunque por ser de cuero era un batir de lápices, cuadernos, creyones y reglas.
Si mal no recuerdo, en esa escuela estudiaba Mariela Silva Estrada, hermana menor de Leonardo y de Alfredo Silva Estrada, quienes vivían en El Conde, muy cerca de nosotros. Mariela era encantadora, pelo rubio, buen cuerpo y un atractivo desparpajo. En lugar de usar el maletín, propio de las muchachas de la época, iba a clases portando un bulto de varón. El suyo también bailaba y no era menos ruidoso que el de sus compañeros. A mí me parecía un espectáculo verla correr, sueltos sus cabellos rubios de valkiria. Su hermano Leonardo tampoco pasaba desapercibido. Alto, opulento, de voz recia se graduará de abogado y militará por unos años en el Partido Comunista. Alfredo era más silencioso y tranquilo. Se decía que a esa temprana edad ya era poeta, pero tal vez esa opinión fuera una proyección del futuro al pasado.
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Ya en mi segundo matrimonio, Mónica y yo inscribimos a nuestro hijo Iván en esa escuela. Estando en quinto grado no sé quién le metería en la cabeza postularse a la presidencia. Su rival, una muchacha de sexto, lo derrotó, pero Iván se tomó muy en serio su responsabilidad, y yo también. Mi gran amigo Freddy Peña le pintó unas pancartas con el lema: «Iván a la presidencia», no muy distintas a las que adornaron mi campaña a la Presidencia de la República en 1978. Iván nunca me comentó cómo había recibido la derrota. Mi estupendo hijo era poco expresivo de sus emociones. Fallamos otra vez, Freddy. Mejor no sigamos insistiendo.
Los grandes educadores eran Rafael Vegas, integrante destacado de la Generación del 28, y uno de los aventureros antigomecistas de la valiosa tripulación del Falke, Espíritu Santos Mendoza, Gustavo H. Machado, Luis Beltrán Prieto, Rafael Pizani, Humberto García Arocha.
Por cierto, García Arocha fue ministro de Educación de Betancourt. Era un apasionado amigo de la educación y contribuyó a su masificación, pero también metió en líos a Rómulo con su orientación a ratos inflexible. Fue el inspirador del Decreto 321, basado en la tesis del Estado docente, doctrina oficial de AD. Nombrado ministro de Educación —dado que Prieto se había integrado a la Junta Revolucionaria de Gobierno—, le tocó a García Arocha ser el ponente. El decreto fue dictado en mayo de 1946. Consagraba el régimen de calificaciones, promociones y exámenes en primaria, secundaria y normal.
Los educadores católicos emprenden una dura resistencia contra el 321, respondida enfáticamente por el magisterio de izquierda. El asunto va a la calle. Desde la azotea de mi casa de El Conde observo la manifestación de los conservadores en defensa de la libertad de enseñanza, que creen vulnerada por el nuevo instrumento normativo. Desfilan ruidosamente en camiones, carros, a pie. Escucho las emotivas consignas sin entender la esencia del reclamo. Me ocurre lo mismo con la contramanifestación de los amigos del decreto. Las partes en conflicto desfilaron por la hoy llamada avenida Leonardo Ruiz Pineda, al otro lado del Guaire, y a la vista de mi atalaya en El Conde.
¡3-2-1, trescientos veintiuno! ¡1-2-3, ciento veintitrés!
Es una fractura social de contenido ideológico. Primera vez que veía una. Betancourt rehúye la confrontación. Se siente colocado en un terreno frágil. Busca unir a la nación o, cuando menos, silenciar en lo posible las condenas religiosas y conservadoras. El 321 no ayuda a esa política. Renuncia García Arocha, se deja sin efecto el decreto, cantan victoria los conservadores y Betancourt evita un indeseado enfrentamiento. Por puro instinto condeno el repliegue del gobierno. Pero alguien me da una lección política que no olvidaré
—Así es la política —me dice—, no siempre en línea recta. A veces se avanza más por los flancos. Lo peor es pelear en el terreno puesto por el adversario; lo mejor, llevarlo al nuestro. Retroceder no siempre es retroceder.
—No es fácil la política —pienso.
Américo Martín es abogado y escritor.
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