Latidos en la cueva, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
Desempolvaron los desteñidos suéteres de las luchas juveniles y las olvidadas franelas con los ojitos de Chávez, se forraron con la chaqueta roja de muy lejanas épocas triunfales y se fueron a arengar las bases populares del 23 de Enero.
Allí estaban el presidente del poder legislativo, la vicepresidenta de la República, el vicepresidente del partido de gobierno y la alcaldesa del capitalino municipio Libertador, pero no era un acto oficial lo que reunía a semejante constelación de estrellas del proceso revolucionario, lo más descollante de la cúpula gobernante, con excepción de la pareja presidencial. Ah, y Tareck El Aissami, del que todo el país quiere saber dónde está.
No sé usted, pero yo lo vi en vivo y directo hace poco más de una semana por Venezolana de Televisión, aquel canal que fue «de todos los venezolanos». Seguramente también salió por la pantalla de las otras ocho plantas, parte de la maquinaria electoral artillada que posee o controla el partido en el poder.
Sí, en vivo y directo. Privilegio exclusivo para un mitin proselitista que lo otorga ser los mandamases del Estado, el gobierno, el partido y la revolución, revoltillo extravagante y ventajista que, por cierto, no aparece en ninguna parte de la Constitución.
Pero digamos que tenía que llamar poderosamente la atención ver a esa élite selecta y encumbrada con atuendos tan populares, no los usuales «de Balenciaga, Gucci y Prada», como le canta Camilo a esa «niña de buenos modales», con la que «todo iba bien en términos generales hasta que demostró peligrosas señales».
Peligrosas señales, sin duda, las que trae el mensaje oficialista en estos días de campaña electoral opositora como preámbulo a las elecciones primarias del 22 de octubre. Los fieros ataques van dirigidos en lo individual a los precandidatos, etiquetados genéricamente como «traidores a la patria», y en lo colectivo contra la propia realización de la interna opositora, que algún alcahuete muy bien pagado pretende que se anule por «fraudulenta».
La que se hubiera formado en este país si a algunos de los partidos que gobernaron en tiempos de democracia se les hubiera ocurrido transmitir en vivo sus concentraciones partidistas por el canal del Estado, ni qué decir de la rasgadura de vestiduras de algunos combativos fablistanes de entonces, hoy cómodamente instalados como ministros o funcionarios de una autocracia.
Pero que el oficialismo haya lanzado a la calle en fecha tan temprana a las cabezas del proceso, para atizar el fuego contra «los enemigos del pueblo», dice a las clara lo que les inquieta, que allá abajo «en las catacumbas del pueblo», como gustaba de decir el caudillo, algo se mueve amenazante contra la decisión de imponer a rompe y raja la reelección contranatura de Maduro. Es sencillo, un movimiento cívico que está firmemente dispuesto a usar su voto para salvar a Venezuela.
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Esas nutridas y entusiastas movilizaciones a lo largo y ancho del país de varios candidatos opositores, independientemente de su mayor o menor opción de triunfo, han sacado al régimen de su zona de confort. No es poco decir si se toma en cuenta que inhabilitan a placer, controlan la conformación del CNE, utilizan la AN como factor supraelectoral, y paro de contar lo que usted sabe de sobra.
Sienten que todo ese despliegue de poder arbitrario ya no les basta y han vuelto a las zonas populares para tratar de cerrar filas, marcar la cancha y enardecer las hordas que arremeten violentamente contra los precandidatos opositores, como han sido los casos de María Corina Machado, agredida en Vargas y Petare, y Henrique Capriles, golpeado en el rostro durante un recorrido en Carabobo.
Calle y voto. Unidad y voluntad de voto. Las dos armas que desatan el pánico en la cúpula roja porque las reconocen capaces de desarticular, pieza a pieza, la otrora blindada maquinaria de poder de un régimen con vocación totalitaria y obsesión de perpetuidad. De que se puede, se puede.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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