Le sabe a enmienda, por Teodoro Petkoff
Entre impertinencia e impertinencia en relación con Colombia (cuya soberanía dice respetar) Chávez expulsó su último eructo mental: anunció que se propone exhumar la reelección indefinida vía enmienda constitucional. La enmienda, como se sabe, es una modificación de poca monta de la Constitución, que lleva a cabo el Parlamento y que, de ser aprobada por éste, no es sometida a referéndum. «Poca monta» significa que se trata de un cambio que no afecta la estructura ni la naturaleza de los principios sustantivos sobre los que descansa el Estado.
En principio, pues, no es posible enmendar el artículo 270 para sustituir la reelección única por la indefinida, porque se trata de un cambio de gran monta. Pero no es menos cierto que tampoco mediante una reforma (que fue la tentativa anterior), se lo podía hacer y a pesar de ello, contraviniendo la Constitución, Chávez llevó adelante esa tentativa.
Aunque no pudo ser impedida previamente, el pueblo, sin embargo, la derrotó en el referéndum. Pero si ahora Yo El Supremo pasara a los hechos y en verdad propusiera la enmienda, esta vez habría que derrotarla antes o durante la discusión en la Asamblea Nacional, porque una vez aprobada no existe la oportunidad referendaria.
De modo que se trata de un problema esencialmente político, que exige una respuesta política que debe expresarse en la movilización popular.
Aunque la enmienda se refiere a un solo artículo, ya dentro del contexto de la proposición de reforma derrotada el 2D se planteaba la modificación de ese mismo artículo, el 270.
Así que constitucionalmente hablando, a tenor de lo establecido en el 345 de la Constitución, una reforma rechazada no puede ser propuesta de nuevo, ni total ni parcialmente, en el mismo periodo constitucional. Pero ya sabemos que Ego Chávez se ha pasado por el forro la Constitución cuantas veces le ha dado la gana, de manera que preparémonos para una nueva y abusiva violación de ella, que sería la proposición de enmienda.
Hay en esta terquedad de Chávez una insondable falta de respeto por su propio pueblo. Sólo un temperamento autoritario, autocrático y militarista como el suyo es capaz de desconocer una voluntad ya expresada e insistir en meter por los caminos verdes la misma reforma, cuyo centro para él, fue siempre la reelección indefinida. Ningún otro aspecto de la reforma repudiada le merece el mismo desvelo.
Es la eternización de su poder lo que le quita el sueño. Ni una semana le duró la intención de rectificar. Ya lo habíamos sugerido: toda esa cháchara se iba a saldar en una cuarta erre: retórica, es decir, paja. De la revisión de sus errores, la rectificación no es otra cosa que insistir en las viejas meteduras de pata e inventar otras nuevas.