Gramática visual: leer a Súper Bigote, por Joaquín Ortega
Twitter: @ortegabrothers
Para que una parodia funcione lo imitable y lo imitado deben engranar. Por eso, en una versión jocosa (de algo pretendidamente serio) tienen que haber elementos lo suficientemente conocidos que resuenen en el repertorio interpretativo de quienes te ven… sean estas audiencias amplias o muy segmentadas. Nos referimos a marcos culturales, de lenguaje, de comprensión y hasta de camaradería compartidos y comunicables.
Es así como el humor triunfa: recreando vivarachamente momentos lúgubres, fuera de contexto; al igual que nuevas interpretaciones de personajes arquetípicamente definidos brillan, sin mayor esfuerzo en historias actuales, a pesar de llevar décadas (y hasta siglos) reemplazando a sus intérpretes. Pensemos en dos ejemplos: Sherlock Holmes y Casanova. La sátira es una verdad puesta de cabeza, decía Chesterton. En la propaganda política esa verdad funciona porque disfrazas lo prohibido y en nuestro fuero interno lo interpretamos sin riesgo de ser criminalizado.
Revisando Súper Bigote vemos que se establece una situación: una conspiración internacional (con traidores identificables) y por supuesto alguien que antes de actuar convoca para informar, en clave de democracia popular (comunismo de aparador). Prosiguen las acciones y ante el ataque de un dron que ha causado un apagón nacional, el héroe destruye la contingencia, dejando al autor intelectual y a sus secuaces fuera de juego. La batalla se ganó, pero la guerra continúa.
Los que crecieron con 92.9FM habrán sentido un cierre de capítulo idéntico al de los de la Madre Teresa de Baruta (¡Odio a la 92!, gritaba la mala que quería destruir a la FM de Caracas), personaje reformateado desde los clásicos errores que le deparaba el destino al Coyote, adversario tenaz del Correcaminos.
Todas las normas de un cómic al uso están fielmente cumplidas en Súper Bigote. Agregaríamos: es una narración audiovisual inmersa en un marco descriptivo de súper héroes occidentales… desarrollados a partir de la segunda guerra mundial y amplificados en tiempos de guerra fría.
Así las cosas, la suma de todos los males se resume en el villano de la Casa Blanca. Uno que no parece ser el aliado Biden sino más bien un Trump con símbolos asociados a la conspiranoia Iluminatti (el ojo que todo lo ve en el pecho) o un botón rojo, parte del imaginario guerrerista nuclear sesentoso. El virtuoso héroe, en cambio, es musculoso y va vestido de rojo ceñido, con puño de hierro en la mano izquierda y casco de obrero.
Pero, comienzan los peros.
Toda representación visual es interpersonal, es decir alguien la ve y habla de ella… y al escuchar de otro lo que vio, se refuerza o se refuta lo que vimos al principio. La imagen forma una metafunción textual que concluye en que al analizar la pieza se responde mentalmente (pero también por escrito) que estás frente a una ficción basada en una mentira.
La imagen refuerza (y no condena) el consumo de caricaturas (a la manera de la producción hollywoodense) y pareciera olvidar que mostrar una bandera (que ya es una marca) produce un efecto de branding gratuito, conectado a un estilo de vida, que es más consumo (y autogratificación) que miedo o animadversión gratuita.
*Lea también: ¿Hasta cuándo en lo mismo?, por Fernando Luis Egaña
Los enemigos sirven de comic relief (carroñeros malos e inútiles) y frente al lugar de crisis (un pabellón de hospital) la respuesta del líder pierde verosimilitud (incluso mordaz) desde el momento en que la culpa de la falla eléctrica es de otro. El Super Hero Landing (aterrizado puño en tierra) hace que el espectador más familiarizado con el género se encoja de hombros ante una puesta en escena (tan explícita y propagandística) que ni siquiera deja un intersticio para colar un mensaje de contrabando.
No es la primera vez que el gobierno ha intentado hacer caricaturas para la ciertas audiencias. Recordemos al Presidente Chávez caricaturizado en el cielo hablando de socialismo (año 2013).
La pregunta de fondo es: ¿A quién va dirigida esta producción? ¿Al consumidor de comics de Marvel o DC mayor de 40 años? ¿Al menor de 17 años cuya vida gira entre bailes de Tik Tok y vídeojuegos en primera persona? ¿A la clase media que lucha por no morir en Venezuela? ¿A potenciales nuevos votantes pescados en Whatsapp? Pareciera, mas bien, una apuesta descontextualizada y fuera de tiempo… y es que incluso ya el comunismo más vanguardista desarrolló un manga sobre Marx.
Hoy los niños trabajan, juegan en línea (para reunir dinero y ayudar en la cesta familiar), sueñan con dulces y chucherías fuera de su alcance. Sin duda, este cómic Súper Bigote es más un entretenimiento para personas con pocos (o tal vez ningún) problema por resolver, que para los que viven sin un minuto de contento.
*Joaquín Ortega es politólogo y profesor de la UCV, narrador audiovisual, consultor y guionista en radio, TV y plataformas multimedia
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo