León XIV y el Mariscal de Ayacucho, por Laureano Márquez P.

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A los pontífices romanos, apenas acceden a la Cátedra de Pedro, se les escanea detalladamente la biografía, pasado, presente y, en ocasiones, hasta futuro, no pocas veces con oscuras intenciones. No es el caso de la investigación que acaba de aparecer en The New York Times en la que se hace un recuento de los ancestros papales desde hace 500 años hasta el presente. ¿Qué tiene que ver eso con nosotros the venezuelans?, se preguntará el lector.
Pues mucho sin duda, primeramente porque el santo padre es el líder espiritual de nuestra grey, que es mayoritariamente de orientación católica, apostólica y romana, pero, además, como ya estarán sospechando por el título de este escrito, entre los descubrimientos que ha hecho el periódico del norte (al que Trump no le ha metido mano, aún) se encuentra el hallazgo de que León XIV es primo quinto de Antonio José de Sucre por el lado materno, lo cual es, ya en sí mismo, es un milagro, porque Sucre fue uno de los próceres que más parientes directos perdió en la guerra de independencia: hasta un total de catorce, entre ellos tres hermanos.
Esto, tanto para los venezolanos como para el papa, debe ser un motivo de legítimo orgullo. El Mariscal de Ayacucho es uno de los personajes de mayor estatura ética e integridad moral de nuestra historia. Entre sus múltiples méritos está, naturalmente, el de su brillante carrera como hombre de armas que alcanza su cúspide en la Batalla de Ayacucho, la expresión más notable de su genio militar y también de la anhelada unidad continental, pues contó con oficiales provenientes de Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá, Guatemala, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Curazao, Puerto Rico y México.
Bolívar dedica a Sucre en el único ensayo biográfico que escribió (Resumen sucinto de la vida del general Sucre, de 1825), en él señala: «La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú, rotas por su espada…». Con Ayacucho se sella la independencia del continente. La capitulación ofrecida por Sucre a las tropas españolas es una de las muestras más hermosas de humanidad y generosidad frente al vencido: a los soldados españoles se les pagaría la mitad de su sueldo mientras estuviesen en América y el pasaje de regreso a la península ibérica (aunque no en Iberia), todo a cuenta del gobierno del Perú. Los oficiales podían conservar sus armas y uniformes, nadie seria hostigado por sus previas opiniones a favor del rey y todo aquel que quisiera permanecer en América era bienvenido.
Como hombre público también fue Sucre ejemplar. En 1825 publica un bando en La Paz en el que insta a todos los ciudadanos que sientan que él les ha fallado en la administración de justicia o en cualquier otro asunto, a que eleven las razones de su descontento al Libertador para que atienda sus quejas y tome las medidas necesarias, con su promesa de no guardar ningún resentimiento en contra de los denunciantes y el explicito deseo de que con ello logren disfrutar de la libertad por la que tanto se ha luchado. Un alma grande y noble la de este paradigmático prócer que entendió que sin educación nuestros pueblos no encontrarían camino y se ocupó del asunto durante su permanencia en el gobierno Bolivia con notable interés.
Dicho todo esto de nuestro Mariscal, es inevitable preguntarse qué fuerza atrajo a Robert Francis Prevost al Perú liberado por un pariente suyo, cuyo parentesco seguramente desconocía hasta esta revelación del NYT, movido, además, por similar sensibilidad por su gente y su bienestar a la que manifestó su lejano primo.
«Si eres víctima de abuso sexual de un sacerdote, denúncialo», dijo en una oportunidad, consciente del daño que hace el encubrimiento de lo que está mal, un gesto de apertura a la autocrítica muy parecido al de Sucre en el bando aludido.
Los que dan testimonio de su trabajo pastoral en Chiclayo señalan que mostró siempre preocupación por el dolor y sufrimiento de los demás, con especial compromiso en la defensa de los derechos humanos.
Sin duda los caminos del Señor son siempre misteriosos e inescrutables para nuestra limitada razón. El papa León XIV es estadounidense con nacionalidad peruana, pero, además, confluyen en él múltiples orígenes: tiene algo de francés, de español, de cubano, de haitiano, de esclavos africanos y con Antonio José de Sucre, uno siente –con legítimo orgullo– que el sumo pontífice es también venezolano.
Lo que falta saber ahora es si con esta última revelación de su parentesco con nuestro país, Trump le va a permitir regresar alguna vez a su natal Chicago o si será deportado apenas pise suelo estadounidense a una cárcel de El Salvador (¡El Salvador!) o a cualquiera de los países de sus ancestrales orígenes, el nuestro incluido.
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Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.