Ley y dinero, una ilusión de igualdad, por Ángel Lombardi Lombardi
La contemporaneidad, por lo menos en el llamado Occidente, se inaugura política e historiográficamente con el Parlamentarismo Inglés, República Norteamericana y la Revolución Francesa; en esta última, aparecen de manera orgánica e integradas las palabras-símbolos que resumen y expresan lo que pudiéramos llamar el ideario, la doctrina y el programa político de los tres grandes movimientos del siglo XVIII y XIX; también podemos identificarlos como el espíritu de la época o ideas dominantes para el progreso humano civilizatorio universal. Me refiero a los tres principios supremos de: Libertad – Igualdad – Fraternidad y la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano.
En los últimos dos siglos, todas las ideologías, doctrinas y programas políticos de una u otra manera parten de estas pocas palabras. Así que no venga nadie a decir que las palabras no tienen importancia, con ellas nombramos, identificamos y tratamos de comunicarnos. El mundo-real que abarcamos no es más que el que nos permite nuestro lenguaje y cultura.
Regresemos al tema, apenas me referiré al de la Igualdad y al título de esta breve nota. Es principio común, en casi todos los sistemas políticos y jurídicos de cada país, el enunciado o declaración: «Todos somos iguales ante la Ley». No es difícil demostrar de manera práctica y empírica como en la realidad-real esto no funciona así, casi siempre la «razón» de las partes, no se dirime en el plano de la equidad y la justicia sino del dinero y las influencias y del poder de turno, que en el fondo siempre tiene que ver con dinero. Casi siempre (iba a decir siempre) “gana» el que tiene más dinero, poder e influencias.
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El otro aspecto de la presunta igualdad en nuestras sociedades, no importa el sistema político que proclamen, es la ilusión de que todos pueden ser ricos y felices, si trabajan duro, se esfuerzan y perseveran y se preparan. Para desmentir esto basta ver la realidad-real, mirar en nuestro entorno y constatar que los del dinero y poder son muy poquitos y la inmensa y abrumadora mayoría vive entre la pobreza extrema y la sobrevivencia y la pobreza mitigada o las llamadas clases medias-bajas o las más prósperas clases medias-medias y medias-altas que basta una crisis económica para dejar de serlo.
Y esto debemos saberlo, mejor que nadie los venezolanos de este último cuarto de siglo. Los «nuevos ricos» gracias al poder político, las desaparecidas clases medias, y el empobrecimiento generalizado. Y para ir terminando, el dinero como ilusión consumista, un consumo desaforado, irracional y para la mayoría, por encima de sus posibilidades reales.
Y esto ocurre en todas las sociedades, en las más miserables y en las más opulentas y en estas últimas el fenómeno se multiplica. La mayoría de las personas atrapadas entre la publicidad, inventando necesidades, modas y marcas, el crédito usurero que te esclaviza de por vida como deudor y la propia fantasía y vanidad de cada uno.
Algo ha avanzado la humanidad en libertad e igualdad, no tanto como creemos y en fraternidad nada o casi nada. La violencia, las discordias y las guerras siguen reflejando nuestra naturaleza instintiva y depredadora, a pesar de nuestras retóricas idealizadoras y a veces casi místicas.
El problema son los sistemas, se acostumbra decir, y entramos en la estéril discusión de los fanáticos, izquierda-derecha; capitalismo-socialismo; liberalismo-comunismo; libre mercado-estatismo, etc. Pero siempre olvidamos lo esencial, los sistemas somos nosotros, cada uno, en cada país, en cada contexto, circunstancias y épocas. Allí es donde nuestro compromiso con la libertad y la democracia cobra sentido, para seguir avanzando con mayores niveles de libertad y derechos humanos y aminorar las desigualdades gracias al desarrollo económico, políticas públicas redistributivas, evitando demagogia y populismos y a nivel judicial, despartidizarlo, castigar la corrupción y ser más exigente y selectivo en la selección de los jueces. Luchar por la libertad y la democracia vale la pena.
Ángel Lombardi Lombardi es licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales, con especialización en la Universidad Complutense y la Universidad de La Sorbona. Fue rector de la Universidad del Zulia y rector de la Universidad Católica Cecilio Acosta.
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