Lo cierro porque me da la gana, por Teodoro Petkoff
El cierre del Consulado venezolano en Miami constituye una enésima muestra, pero quizás entre las más graves, de un estilo antivenezolano, caprichoso, abusivo, irreflexivo e ignorante de gobernar; el de Hugo Chávez. Responder a la expulsión de una funcionaria consular venezolana, cualesquiera hubieren sido las razones que la motivaron, requería un gesto proporcional tal como es costumbre en el mundo diplomático, en el cual las expulsiones de funcionarios de un lado son respondidas con una medida igual del otro lado.
Retrucar a la expulsión de la ex consulesa con el cierre del Consulado es de una desmesura, más que irresponsable, demencial. Con su visión enana de la realidad, el Líder Máximo creyó que su decisión significaba, ante todo, un golpe al hígado del imperio, y luego un golpe a los antichavistas que por millares viven y votan en Miami.
Nunca pasó por su mente que la primera víctima de su chimbo gesto antiimperialista sería precisamente nuestro país. La lección de la ruptura de relaciones comerciales con Colombia no le fue suficiente. Nunca aprende.
Probablemente Chacumbele no tiene claro para qué sirven los consulados.Tal vez ignora que las relaciones comerciales entre los países se apoyan en una extensa armazón de consulados y que en el caso actual, nosotros, que importamos de todo desde Estados Unidos y sólo exportamos petróleo, resultamos mucho más perjudicados por una decisión que obliga a exportadores gringos e importadores venezolanos (incluyendo al Estado mismo en tanto que primer importador de este país) a hacer toda clase de acrobacias para encontrar una manera de resolver los problemas consulares que les crea la desaparición de uno de los puntos de mayor intensidad comercial yanqui-venezolana.
De otro lado, los gringos no sacan cédulas ni pasaportes en el Consulado; son los venezolanos quienes utilizan esas facilidades consulares. Es esa inmensa comunidad de nacionales la que resulta afectada por la malhadada medida «antiimperialista», incluyendo, y no es un mal menor, la posible negación del derecho al voto de esa comunidad, que difícilmente va a viajar miles de kilómetros, a Washington, Chicago, Houston o Los Angeles para encontrar consulados donde ejercer ese derecho.
Esto nos plantea un grave dilema a los venezolanos. ¿Podemos continuar tolerando en el ejercicio del mando de la República a una persona que lo ejerce de manera tan absolutamente irresponsable y antivenezolana? ¿Podemos continuar admitiendo en la Presidencia a alguien sin la mínima sindéresis para distinguir entre sus intereses particulares, políticos o de cualquier naturaleza, y los de la Nación? ¿Podemos aceptar un nuevo mandato para un personaje con el espíritu de aquel emperador romano, Calígula, que hizo de su caballo cónsul de Roma, por puro capricho? ¿Qué otra ocurrencia antinacional necesitamos para poner fin a esta cadena de disparates el próximo mes de octubre?