Lo de Irán pica y se extiende, por Simón Boccanegra
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Parece que el ayatola Jameini no las tiene todas consigo y, mucho menos, su protegido, Majmud Ajmadineyad. Las protestas populares no cesan y ayer los medios registraron las declaraciones de Ali Larijani, desmarcándose del presidente. Tal vez a muchos de los lectores no les diga nada este nombre, pero si revisan las noticias sobre el contencioso entre Irán y el resto del mundo, a propósito de la bomba atómica, van a descubrir que el señor Larijani es nada menos que el vocero iraní sobre ese particular. No es pues, una fisura menor sino una verdadera grieta la que se produce en el seno del gobierno de Ajmadineyad, del cual otros clérigos de primer orden también se han apartado. A propósito, sería bueno no mirar con ojos occidentales el despelote persa. La confrontación no es entre adversarios de la teocracia y del poder de los ayatolas y partidarios de la una y del otro, sino entre corrientes del mismo poder. La teocracia no está en discusión entre los dos contendores. Por ahora. Musavi, sin embargo, percibe que la rigidez dogmática de Ajmadineyad, su ultraderechismo, su conservatismo y su lenguaje belicoso, afectan las bases mismas del sistema y aboga por una versión más flexible y moderada de los mismos principios que dejó sentados, hace treinta años, el padre de la revolución persa, el ayatola Jomeini. Pero hay, un protagonista en el juego, que constituye la columna vertebral del apoyo popular a Musavi, que sí se plantea una verdadera apertura política y social en el antiguo país de los persas, y que son los millones de jóvenes, de ambos sexos, pero sobre todo las muchachas, estudiantes o no, que sencillamente aspiran a vivir en una sociedad donde no cueste tanto respirar. De haber un cambio político en Irán, Musavi, probablemente, tendrá que tener muy en cuenta esta variable, porque las bases ideológicas del régimen teocrático están astilladas. Millones de iraníes están poniendo en tela de juicio que la legitimidad política venga de Alá y no del pueblo.