Lo diferiente y lo diferente (I), por Enrique R. Díaz
Dicho lenguaje se presenta como novedad ante una realidad agobiante, pero deviene luego en más agobio, que es como decir «peor es el remedio que la enfermedad»
El libro «Bio-eco-docencia», de mi autoría, desarrolla ciertas palabras difer-entes (o distintas a lo conocido); una de ellas descubre en el lenguaje modal que no exige pensar, aquello que suscita cierta expectativa, pero que comporta nociones perjudiciales. Y esa idea, que viene a llamarse «diferiente» (de difer-hiriente), es la que termina hiriendo o involucionando a una sociedad.
Dicho lenguaje se presenta como novedad ante una realidad agobiante, pero deviene luego en más agobio, que es como decir «peor es el remedio que la enfermedad»; y así, por ejemplo, frente al desgaste histórico de la palabra progreso, lo diferiente encarna el progresismo que confunde racionalidad y fanatismo o antepone al prestigio una fama que solo desea «likes».
Ese discurso es aquel que sustituye la idea racional por el culto a una ideología que llega a justificar cualquier reacción incluso primitiva contra quien piensa diferente; como en regímenes narcisistas que se alaban a sí mismo o asumen epítetos grandilocuentes. Por ejemplo: «comandante eterno» se hizo llamar el totalitarista Chávez Frías, y «culto al ser supremo» llamó Robespierre a su incipiente religión con la que buscaba el control político de Francia. Ambos sujetos emergieron como promesa de cambio; pero, el primero –con su heredero Nicolás Maduro– arruinaron a Venezuela con saldo de sangre, violencia, presos políticos y pobreza (material y espiritual); mientras que con el segundo, solo en París hubo más de 1300 personas decapitadas, y él mismo fue guillotinado el 28 de julio de 1794, dando fin a una era de terror.
He ahí la evidencia de un discurso diferiente que muy bien resumen las palabras de Madame Roland, otra víctima de la guillotina y a quien no se le permitió defenderse de las acusaciones en su contra: ¡Oh, Libertad! ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!
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Sobre tal práctica despiadada, y paradójicamente apoyada por una masa no pensante, aun resuena lo dicho por Erasmo de Rotterdam en su obra «Elogio de la locura»: las tragedias humanas obedecen, en el fondo, a la necedad de no reflexionar cuando se alaban gobernantes o se abraza la estulticia de sabios necios.
De ahí la necesidad del decoro; sí, de la coherencia ética entre lo que se dice y se hace o de una respuesta diferente a pesar de que cierta circunstancia o suntuosidad «acaricie» la propia negación o perdición del ser.
Y por ello, frente al fanatismo político, el tema diferiente no debe ser ajeno al lenguaje social.
Enrique R. Díaz es doctor en Educación y autor del libro, “Bio-Eco-docencia: Dialógica, Pedagogía y Política”.
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