Lo Espinoza no quita lo cortés, por Teodoro Petkoff
La verdad es que lo único objetable en las destituciones y designaciones en el ámbito cultural ha sido una cierta mezquindad, sobre todo por parte de Manuel Espinoza, al no tener una mínima palabra de reconocimiento para algunas de las personas que salieron de sus cargos y a las cuales nadie en el país les regatearía méritos, pero, de resto, no hay que buscarle cinco patas al gato. Todos los que llegaron o fueron ratificados son gente del mundo cultural, no hay entre ellos paracaidistas (en sus dos connotaciones: la literal y la metafórica) sino personas a quienes acompaña una buena hoja de servicios y vínculos reales y antiguos con el quehacer cultural. De hecho, es gente más o menos como la que salió. No vemos ningún sectarismo en los nombramientos, lo cual sería impensable en alguien como Manuel Espinoza. En verdad, estas designaciones, que, obviamente, no salieron del cacumen de Chávez sino del viceministro de Cultura, podrían ser, para el presidente, un ejemplo de cómo buscar colaboradores en gente de cada medio específico, sin pedirle certificado de bautismo en el 4F, sino el de calidad.
El criterio de rotación razonable en esos cargos es absolutamente correcto. Si, de un lado, es conveniente estabilidad durante un tiempo, para asegurar la posibilidad de desarrollar programas y planes, de otro lado, no menos conveniente es la alternabilidad, para evitar la esclerosis y el enroscamiento. Lo que importa ahora es la gestión cultural concreta, el contexto dentro del cual se va a desarrollar la acción de estos nuevos gerentes de la cultura. En esta materia, a pesar de las resonancias maoístas y apocalípticas de la expresión «revolución cultural», y de algunos matices en las palabras del discurso dominical de Chávez (quien no se puede quitar el tic de creer que la historia de este país comienza con él), no vemos razones para imaginarnos a Manuel Espinoza como jefe de una horda de «guardias rojos», aullando en torno a Sofía Imber u Oscar Sambrano Urdaneta, y colocándoles cucuruchos en la cabeza a los intelectuales «burgueses» o colgándoles del pescuezo carteles infamantes. No es de Manuel Espinoza o de Alfredo Chacón de quienes cabe esperar la estúpida negación del pasado (del cual forman parte, dicho sea de paso) que suele adornar tanto discurso «rrrevolucionario». En verdad, en verdad, os decimos, y no por cinismo, que no creemos que en el mundo cultural vayan a ocurrir cosas muy distintas de las que hasta ahora hemos conocido. Tanto en lo bueno como en lo malo. Ojalá, sin embargo, que algo de lo malo pueda ser atenuado
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