Lo que dice la marcha, por Teodoro Petkoff
La marcha de ayer constituyó una campanada histórica. Fue una jornada formidable y quien tenga ojos que vea. Evidencia contundente de una crisis cuya solución se hace imperativa porque ninguna sociedad puede resistir indefinidamente una tensión de esta naturaleza. La magnitud misma de la marcha, el fervor y la combatividad de los participantes constituyen un dato político que nadie en su sano juicio puede desestimar. La oposición y el rechazo al gobierno crecen a galope tendido. Aquí hay centenares de miles de venezolanos motivados y movilizados: gobernar democráticamente de espaldas a esta realidad es imposible.
En la oposición se configura una capacidad de conducción más consistente y articulada. Esta marcha no estuvo a la buena de Dios sino que contó con una dirección que le dio orientación y disciplina. Esa conducción evitó caer en provocaciones y la inmensa mayoría de los asistentes acató conscientemente la línea. No costó mucho controlar a los exaltados que presionaron por avanzar más allá de la esquina de Pelota. Para las luchas democráticas que están planteadas este hecho está cargado de significación.
Ese liderazgo actuó rápidamente para abortar la posibilidad de que se aprovechara la combatividad de una parte de los entusiastas marchistas que marchó hasta La Carlota, para pescar en río revuelto. La enérgica intervención de Elías Santana, calificando de «quiquirigüiqui golpista» el documento, que no emanó de la Coordinadora Democrática, entregado a los militares en la base aérea, y las igualmente precisas intervenciones de otros dirigentes políticos y civiles desmarcándose de esa conducta, condujo a que la jornada culminara brillantemente. Queda claro que la solución no viene por el lado militar.
Por primera vez en estos tres años largos, el gobierno reconoció la existencia de una dirigencia en la oposición y tuvo que sentarse a discutir con ella las reglas para la manifestación. Cada parte, por cierto, cumplió, en términos generales, con su compromiso. Los talibanes de ambos lados fueron frenados y controlados. Se ha abierto, de este modo, una comunicación que debe conducir a una regularización de la confrontación. Se puso en evidencia que la salida del Presidente no es asunto de una conspiración ni de una «agenda secreta» sino un reclamo popular que sólo puede realizarse de un modo democrático.
Porque, en definitiva, así como Chávez enfrenta una oposición que no es «virtual», como creía, esta no puede ignorar que aquel cuenta aún con un respaldo significativo en los sectores populares. Es a partir de estas realidades que deben diseñarse tanto la salida a la crisis como el futuro. Con la jornada de ayer, cuya condición pacífica y cívica debe ser subrayada, muchos habrán percibido que la cultura democrática de este país tampoco es virtual.