Los arrepentidos, por Simón Boccanegra
A una mesa en Valencia llegaron cuatro trabajadoras del INCE y solicitaron excluir sus firmas. Pero lo hicieron deshechas en llanto y explicando a los presentes que la necesidad las obligaba a actuar de ese modo. Casos como este, de personas que, llenas de rabia, con lágrimas en los ojos, fueron violadas en su fuero íntimo y conminadas a actuar contra su voluntad, se repitieron durante estos tres días, pero infinitamente menos de lo que el oficialismo aspiraba. Hubo, claro está, quienes, sin mayor aspaviento, retiraban su firma y se marchaban rápidamente, mirando hacia el piso. No conozco todavía de ningún caso en el cual un excluido se haya vanagloriado de su acción. En cambio, hubo alguien que esgrimiendo su identificación de trabajador de una dependencia gubernamental, dijo con orgullo que había ratificado su firma. En fin, si bien este chantaje abominable, valga la redundancia, no alcanzó el objetivo que se planteaba, sí dejó en sus víctimas, huellas indelebles y ha creado un precedente nefasto: el empleado público, bajo este gobierno, es un ser indefenso, sometido al capricho de sus jefes. Pero, pese a todo, en la mayoría, más pudo el sentido del honor y de su propia estima. No pudieron doblegarlos.