«El agua arrastraba carros como si fueran juguetes»: el deslave imborrable

22 años han pasado y aún el miedo y la tristeza aparecen en la voz de los sobrevivientes al recordar los cinco días que siguieron a ese 15 de diciembre cuando el agua arrasó parte de sus vidas y marcó un antes y un después en la historia del país
Autoras: Ahiana Figueroa | Lucía Ramírez
Los cinco primeros días que siguieron luego de aquel 15 de diciembre de 1999 todavía se proyectan con nitidez en la memoria de sus sobrevivientes. Nunca fue tan certero el proverbio popular: cuando el río suena, es porque piedras trae.
22 años más tarde, aún hay tristeza y dolor en los testimonios de quienes lucharon con todo en contra durante esos primeros cinco días luego del primer día de arrase. Cómo sobrevivieron, qué cosas pasaron ante sus ojos, cómo lograron anteponerse a la adversidad y cómo lucharon hora tras hora hasta que lograron estar a salvo. Estas son sus historias.
María Gabriela González: «Nunca pensé que no volvería a entrar a mi casa»
Había estado lloviendo sin parar por más de dos semanas. El 10 de diciembre comencé a escuchar sobre unos deslizamientos en los cerros de Catia La Mar y Maiquetía. A una compañera de trabajo se le cayó su casa el 13 y lloré con ella sin saber que tres días después estaríamos pasando por lo mismo. Como nosotros no vivíamos en el cerro, de hecho estábamos en una de las mejores urbanizaciones de Vargas, jamás se nos pasó por la cabeza que eso nos podría pasar.
El 15, mi esposo y yo fuimos temprano a votar en el referéndum de aprobación de la nueva constitución y luego pasamos un rato visitando a los suegros. Como a las 5 de la tarde nos fuimos a la casa bajo un palo de agua y nos acostamos a ver películas, lo acostumbrado un domingo por la tarde. A las 9 de la noche, mi mami entró en el cuarto y nos dijo muy asustada que el río estaba muy crecido. Nuestra casa estaba ubicada en la avenida Paseo de Capri, de la urbanización Palmar Este en Caraballeda, y quedaba justo al frente del embaulamiento del río San Julián.
Cuando salimos a ver el río nos quedamos impresionados, lo más caudaloso que lo habíamos visto en los 12 años que vivimos allí fue cuando se llenaba el ancho del embaulamiento (aproximadamente 30 metros) pero jamás lo habíamos visto tan alto.
A las 10:00 de la noche comenzamos a ver muebles y enseres bajando por el río, y el agua seguía subiendo. Cocinas, bombonas de gas e incluso un poste con un generador echando chispas. Un señor que venía bajando por la calle nos dijo que en un barrio (El Roble) que quedaba mucho más arriba se estaban deslizando las casas.
A las 11:00 de la noche se fue la luz y nos metimos dentro de la casa; preparamos café y nos sentamos en la sala. Media hora las hermanas de mi esposo llamaron para pedir ayuda y sacar a mis suegros de la casa porque el río estaba creciendo mucho.
A la medianoche empezó a sentirse como un temblor suave en el piso de la casa. Temblaban las ventanas y el árbol de navidad. Me asomé al jardín delantero y vi una sombra sobre el río. Busqué una linterna y crucé la calle hacia el embaulamiento y casi muero del susto al ver que la sombra eran olas de barro y agua. Ese embaulamiento tenía mas de 10 mts de profundidad frente a mi casa y ya el caudal sobrepasaba los bordes.
Corrí a la casa y despertamos a los que estaban durmiendo y le dije a todo el mundo que se vistiera y se pusieran pantalones y zapatos deportivos -por puro instinto- llamé a una comadre para avisarle que nos íbamos a su apartamento, para buscar altura y salimos con lo puesto.
Nunca pensé que no volvería a entrar a mi casa. A las 7:00 de la mañana del 16, mi esposo me dijo que el temblor en la casa era el río socavando la calle y ya se había caído la mitad. A las 11:00 am vino otro deslave y ese fue el que se llevó nuestra casa.
En el apartamento de mi comadre tuvimos que salir por un balcón del piso 2 porque PB y el piso 1 estaban tapiados, y abrimos un boquete por el estacionamiento del edificio. Cruzamos tres ríos con el agua a la cintura, esos nuevos ríos eran las principales avenidas de la urbanización, íbamos agarrados a unas cuerdas que habían puesto en las calles para poder cruzar. Un trayecto de cuatro cuadras nos tomó tres horas por todas las vueltas que tuvimos que dar para llegar al Colegio La Merced, donde se había establecido como refugio de damnificados.
El 18 en la mañana comenzaron a evacuar a la gente del colegio en helicópteros, pero el acceso era difícil por el viento y decidieron que las evacuaciones tendrían que ser desde los campos de golf. Había colas de no sé cuantas miles de personas.
Pensaba que pasarían días antes de que lográramos salir. Un primo me dijo que su hermano nos iba a mandar a buscar en un helicóptero de unos amigos en un campo de golf retirado del sitio donde estaban procediendo a la evacuación. Esperamos como 5 horas al lado del hoyo 9 pero nada que llegaron a buscarnos.

En el último viaje estaban mi esposo y mi cuñado, pero como llegó el capitán que no había ubicado a su esposa se tuvieron que ir y los llevaron directamente al aeropuerto. Ya no cabía más gente en la fragata. Tuvieron suerte, desde el aeropuerto salían autobuses a Caracas y lograron salir sin novedad. La fragata al final fue desviada y nos dejó en el puerto de La Guaira a las 11:00 pm.
Caminamos a la entrada del puerto pero como no había luz, decidí que esperaríamos el amanecer pues había que cruzar tres nuevos ríos y caminar un trecho largo hasta Pariata que era donde salían los autobuses a Caracas. Un guardia que estaba apostado a la entrada del puerto me dijo que mejor esperáramos porque en mi grupo había 4 ancianos y dos niños y estaban atracando a los que iban a pie. Como a la 1 de la madrugada, pasó una camioneta y se paró. Era una antigua secretaria mía, Stella, que había ido a buscar a su hijo y a su mamá a Maiquetía y nos dieron la cola. No cabía ni un alfiler en esa camioneta pero el dueño nos llevó a todos.
Cuando finalmente llegamos a Caracas eran las 2:30 de la madrugada del 19 de diciembre.
José Soto, bombero: «La tragedia de Vargas comenzó el 3 de diciembre”
La tragedia no comenzó para nosotros el día 16. Lo recuerdo como si fuera ayer. Ya el 3 de diciembre comenzamos a recuperar los primeros cadáveres a quienes les había caído una pared que cayó hacia una escalera que también cedió en el sector de Canaima, parroquia Carlos Soublette. Lamentablemente una niña de siete años quedó aplastada.
En ese diciembre terrible apenas yo tenía nueve años de servicio como bombero y tenía el cargo de cabo segundo. Desde el primer momento en el que nos llamaron para rescatar a las personas en el sector Canaima fue el inicio de una de las peores tragedias en Venezuela.
Luego ocurrieron varios derrumbes, deslizamientos, asentamientos de terrenos, casas que comenzaron a agrietarse. El 4 de diciembre, día de Santa Bárbara, seguíamos atendiendo las emergencias en las parroquias Macuto y La Guaira en donde se desbordaron quebradas.
Y hacia el 13, 14 y 15 de diciembre cuando arreciaron las lluvias había un total descontrol por la cantidad de agua y lluvia que cayó, no esperábamos eso, habíamos preparado un contingente de bomberos de Caracas, porque en aquel entonces pertenecíamos al Cuerpo de Bomberos del Distrito Federal.
El 13 de diciembre en Guanape murieron siete personas que quedaron tapiadas en tres residencias y no fue sino hasta el 16 que se escuchó un estruendoso trueno, seguido por un rayo que cayó en el horizonte del mar y que presagiaba lo peor. Por un instante, bajó la intensidad de las lluvias pero en la noche se reiniciaron, hasta que llegó el momento de la comentada gran ola que llegó a Los Corales.
Los bomberos colapsamos, como colapsó todo el estado. Éramos 60 bomberos los que estábamos ese día de guardia. Luego se sumaron los bomberos de Caracas, Miranda y Maracay, Carabobo, Maracaibo, así como de Protección Civil. Las zonas más afectadas fueron Macuto y La Guaira, pero el 16 de diciembre se declaró zona de desastre la parroquia Naiguatá y Carmen de Uria, ésta última donde ocurrió el mayor desastre. Para ese entonces había una población de casi 5 mil personas y un poco más de la mitad aún quedaron como desaparecidos.
Recuerdo que la primera víctima a la cual se le hizo un velatorio en una funeraria en La Guaira la tuvimos que sacar y ponerla en la orilla de la playa, le rociamos cal para conservar un poco más el cuerpo y evitar que se siguiera deteriorando y así su familia le podía hacer el velorio.
El deslave me marcó como persona porque muchos de quienes conocí en mi infancia desaparecieron ese día. Muchos compañeros se vieron afectados pero algunos tuvieron la fuerza necesaria para recuperarse.
Recuerdo el caso de Nelson Iriarte, de 29 años, que vivía en el sector Los Caballos en Naiguatá y él quedó tapiado en su hogar. Quedó parapléjico y perdió a sus dos hijos, una niña y otro que estaba en gestación, mientras que su esposa perdió una pierna. Nelson hizo terapia de rehabilitación, fue operado y en dos años pudo caminar y ahora es abogado. Tuvo mucha fortaleza, recibió apoyo del gobierno nacional, fue atendido por buenos especialistas y actualmente goza de buena salud. No dejó que la depresión le ganara, luchó y dejó atrás el dolor que le produjo esta tragedia.
Luisa Amanda Brea: «Estuvimos una semana tomando solo agua y café»
Vivíamos en la conserjería del edificio Caribe y Mar de Tanaguarenas. Tenía como dos meses que llovía sin escampar y pensamos que alguna alcantarilla se había tapado y por eso estaba todo lleno de agua. Cuando nos dimos cuenta que se estaba metiendo el agua al edificio fuimos al primer piso, pero la inundación también llegó ahí.
Estábamos nosotros, los del pent-house y una muchacha en el cuarto piso, porque el conjunto residencial lo usaban para pasar los fines de semana o vacaciones y por eso estaba tan vacío. Le tocamos a los del penthouse y allí estuvimos por una semana tomando solo agua y café, porque no me pasaba la comida.
No se me olvida que estábamos todos allí, ellos millonarios y yo la conserje, iguales todos ante la tragedia.
Al asomarte por la ventana podías ver cómo el agua arrastraba carros, como si fueran juguetes; personas gritando, de todo, y decidí no ver más, porque daba impotencia y un gran sufrimiento no poder ayudar a nadie. Lo que pasaron en la televisión no es nada comparado con lo que vimos quienes estuvimos allí.
Ellos consiguieron una escalera grande y caminamos a Playa Escondida, donde estaban unos helicópteros buscando gente. Nos llevaron por separado; mi hijo y yo estábamos juntos con el perrito y a mi esposo lo llevaron con otra familia. Cuando mi esposo pasó por Los Corales vio que no había nada y tuvo un pre infarto porque creyó que nuestra hija, Mildred estaba muerta.
Pero yo sentía que estaba viva, algo me lo decía. Ella apareció una semana después, directo al hospital porque estaba deshidratada y tuvieron hasta que operarla en los pies porque los dedos gordos del pie los tenía destrozados.