Los ciudadanos y la crisis, por Félix Arellano
Mail: [email protected]
La región está enfrentando una crisis profunda y compleja, de carácter estructural, toda vez que muchos de los problemas se arrastran por décadas y, ahora, todo repotenciado por las perversas consecuencias de la pandemia del covid-19. Tal problemática constituye uno de los temas fundamentales de reflexión en estos días, empero, también debemos orientar la atención en las alternativas de acción, en particular, las que pudieran estar a nuestro alcance como ciudadanos de forma conjunta e individual.
La magnitud de la situación que enfrentamos la podríamos definir como una crisis intersistémica, regional, estructural y compleja; que contempla aspectos sociales, económicos y políticos. Son varios subsistemas en creciente inestabilidad que se condicionan mutuamente; está ocurriendo en la mayoría de países de la región; muchos de los problemas se vienen acumulando en el tiempo y todo ocurre simultáneamente, de allí su complejidad.
Adicionalmente debemos agregar las presiones que provienen del contexto internacional e inciden en la crisis, entre otros, la globalización económica, con sus efectos paradójicos, generar crecimiento y riqueza, pero también perdedores y exclusión; las fuerzas transnacionales que promueven violencia y la geopolítica del autoritarismo que, bajo el liderazgo de Rusia, China e Irán, va erosionando los valores liberales de libertad, democracia y derechos humanos.
Frente a las colosales dimensiones de la crisis, estamos conscientes del papel fundamental que deberían desempeñar los partidos políticos y sus líderes, por el poder efectivo que pueden ejercer, la capacidad de movilización y la función pedagógica que podrían desarrollar; empero, uno de los síntomas de la crisis política que más se repite, tiene que ver con la desconexión entre el estamento político y los ciudadanos.
Una de las manifestaciones de la crisis tiene que ver con la conformación de burbujas de los grupos de poder, en sus diferentes manifestaciones, que adquieren una dinámica propia de funcionamiento y se van desvinculando de la realidad y la gente. Cuando las burbujas colapsan esos grupos de poder no logran comprender la complejidad del problema, tienden a reaccionar con explicaciones simplificadoras con un alto contenido conspirativo y no logran resolver los problemas, abriendo el camino para las propuestas radicales, que tienen tiempo trabajando para llegar al poder, con narrativas manipuladoras que atraen a los descontentos, excluidos y vulnerables.
Frente a la desconexión de los políticos, la sociedad civil y los ciudadanos adquieren un papel protagónico, no para sustituir las instituciones políticas, por el contrario, para estimular sus transformaciones.
En este contexto, la sociedad civil en su amplia heterogeneidad, y cada uno de nosotros como ciudadanos debemos estimular la capacidad creativa y contribuir, desde cualquier espacio por pequeño que sea, para enfrentar las fuerzas destructivas que acechan la democracia.
Abordar las alternativas que se pueden articular desde la sociedad civil implicaría la formulación de tratados —es un conjunto muy amplio y heterogéneo por los miembros e intereses que la conforman—, pero en estos momentos juega un papel de capital importancia para coadyuvar a los partidos y los políticos. Es necesario promover la construcción de canales de comunicación y puentes en un mundo político tan fragmentado y, en muchos casos, desconectado de la sociedad.
*Lea también: El valle sin amos, por Américo Martín
Por otra parte, los ciudadanos debemos adquirir consciencia del papel que desempeñamos en la defensa de la institucionalidad democrática; somos el objetivo fundamental de las estrategias destructivas de los valores liberales, que utilizan diversos recursos tales como: desinformación, manipulación, adoctrinamiento, persecución, empobrecimiento; todos orientados a la destrucción de la capacidad crítica y reflexiva que constituye la piedra angular de nuestra acción ciudadana.
Los proyectos autoritarios, en sus diversas manifestaciones, no quieren ciudadanos conscientes y activos que reclamen sus derechos; quieren una población adoctrinada, sumisa, que repita libretos anacrónicos, que limitan su capacidad de pensamiento y acción, pero que le permiten perpetuarse en el poder.
Controlar los medios de comunicación y los procesos de formación son objetivos fundamentales del autoritarismo para cercenar la capacidad crítica.
Las transformaciones tecnológicas y de telecomunicaciones nos ofrecen nuevas herramientas de acción; repotenciadas con la pandemia, que puede jugar un papel estratégico en la lucha por la democracia, como se ha podido apreciar en varios casos; empero, también tiene su cara negativa. No en vano la expresión «las redes enredan». Un caso emblemático, que llega desde la geopolítica del autoritarismo, tiene que ver con la llamada «conexión rusa», el poder de las telecomunicaciones para mentir, desinformar, manipular, adoctrinar.
Frente a las redes debemos desarrollar una actitud de prudente reflexión crítica; enfrentar las diversas visiones, estimular el debate de las ideas, deconstruir los textos y realizar diversas lecturas; sin menospreciar sus potencialidades para conformar alianzas, trabajar de forma comunitaria, calibrar los sentimientos y necesidades desde la base.
Estamos conscientes de las limitaciones que se presentan para ejercer el rol del ciudadano activo y crítico en contextos autoritarios y en condiciones de pobreza.
Empobrecer constituye un objetivo del autoritarismo para logar un control más efectivo. También es cierto que en tales contextos de opresión nos queda el libre albedrío; pero, con serias limitaciones en condiciones de miseria.
La crisis intersistémica pareciera que repotencia las oportunidades de lo local y del poder creativo del ciudadano. Las tecnologías pueden servir en la coordinación de esfuerzos, conformación de redes y alianzas; empero, frente a la brecha tecnológica que caracteriza la pobreza, se debe apelar por recursos tradicionales de organización ciudadana.
La comunidad y los vecinos se presentan protagónicos para enfrentar problemas comunes e inmediatos, pero también para construir espacios sustentables de convivencia, que respeten la diversidad. Son tiempos para recuperar los espacios locales y el trabajo comunitario superando visiones anacrónicas y maniqueístas.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.