Los Corales fue una tierra de nadie donde reinó el caos y la desolación (VIII)
Dimas Rivas Torres es ingeniero electricista y hasta mayo de 1999 fue Gerente del distrito La Guaira de la extinta Compañía Anónima Electricidad de Caracas (EDC). Para diciembre de ese año laboraba en la oficina central de la EDC en San Bernardino y vivía con su esposa y sus dos hijos en la urbanización Los Corales. Dimas compartió con TalCual la odisea que vivió junto a su familia durante la tragedia de Vargas
Antes del miércoles 15 de diciembre había estado lloviendo con fuerza casi consecutivamente por un mes. Recuerdo que, como era gerente de la Electricidad de Caracas (EDC) y trabajaba en la sede principal de San Bernardino, salía de mi casa en Los Corales, subía a Caracas, regresaba y seguía el palo de agua. Creo que el fin de semana antes de la tragedia llovió sin parar por tres días seguidos. Ya algunas zonas habían sido afectadas alrededor de Los Corales, no dentro de la urbanización, así como otras áreas del litoral central por la que circulaba a diario.
La noche del 14 de diciembre nos dimos cuenta que teníamos que salir de la casa, al menos mi esposa Marlene, que acababa de recuperarse de un dengue hemorrágico por el que estuvo hospitalizada, cuando alrededor de las ocho de la noche la situación se empezó a complicar.
A esa hora nos comunicamos con Ivanova López, ahijada de mi suegra y esposa de Alberto Palacios, también trabajador de EDC, para pedirles refugio. Ellos vivían entonces en Parque Mar, un conjunto residencial que está en la ladera este de Los Corales. Son unos edificios muy altos y su apartamento quedaba en un piso 17 o 18, creo. Desde allí pudimos contemplar toda la tragedia.
Mi esposa salió primero a eso de las nueve de la noche con mis suegros, Ángel y Magdalena; mis hijos, Mardy que entonces tenía 19 años y Dimas Erick de 8; y mis sobrinos, los morochos Ángel y Rafael, ambos de 18 años. Yo me quedé en la casa para resguardarla porque tenía la idea de que por la lluvia tal vez iba a entrar agua pero sin mayores consecuencias.
Pasadas las once de la noche me percato que el caudal que bajaba por las calles no era normal y cuando falla el servicio de energía eléctrica decido irme.
Salí rumbo a Parque Mar en una camioneta Ford Bronco que tenía por aquel entonces. A esa hora, a pesar de la lluvia, aún se podía transitar.
Recuerdo que llovió como hasta las dos de la madrugada. Cuando paró el aguacero incluso bajamos al estacionamiento, conversamos con algunos vecinos y nos retiramos a dormir. Poco después comenzó a llover con mayor intensidad y no paró hasta el viernes 17. Desde el apartamento pudimos ver que desde Los Corales hasta el cauce del río San Julián se había formado un río caudaloso, que por la fuerza que traía en la pendiente arrastraba todo.
Particularmente tengo en mi memoria el edificio Contiquí, que creo era de Pdvsa. Primero una roca lo golpeó en la parte baja de su estructura. Posteriormente el agua y los escombros que arrastraba comenzaron prácticamente a desnudarlo hasta que solo quedaron las cabillas como si fuese una obra en construcción.
El agua también, en su violenta carrera, arrancó como una barajita la puerta de la subestación de la EDC Los Corales, que pesaba alrededor de mil kilos.
El agua apagó las risas
Nosotros fuimos vecinos de Jorge Tuero, el comediante de Venevisión. Varios vecinos luego nos contaron que se negó a abandonar su hogar. Vivía en una esquina y detrás de su casa había una parcela vacía, enfrente había un edificio y el agua bajó a raudales por esa zona. Testigos nos contaron que incluso cuando las aguas comenzaron a subir el nivel algunos vecinos le lanzaron una soga para que pasara y no quiso, se quedó en su casa.
Desde Parque Mar observé como el agua inundó el terreno vacío y luego comenzó a golpear su casa de una manera creciente hasta que, en un instante, una especie de ola arrasó la casa y dejó el terreno vacío, se llevó todo completo. Lo vi con mis propios ojos, un momento estaba la casa y en un segundo se había ido, solo quedaba el agua.
Desolación y muerte
Ya para el sábado 18, cuando la lluvia nos dio un respiro, salimos del apartamento. Lo primero que vimos fue que el edificio estaba inundado hasta el primer piso. Afuera desolación, carros tapiados, casas destruidas, cadáveres enterrados.
Hice un primer viaje a la casa con los morochos. Saqué algunas provisiones y regresé a Parque Mar. Volvimos y en el camino vimos a un grupo de personas que cargaban cosas que nos pertenecían. Recuerdo particularmente una botella de whisky de galón que tenía en mi casa de adorno porque estaba vencido. Cuando pasé al lado de la persona que hacía gala de su botín, le advertí:
— No te tomes eso porque está malo y te va a hacer daño.
— ¡Tranquilo pana! ¡Estamos celebrando!, fue su respuesta.
Cuando llegamos por segunda vez a la casa un grupo de malvivientes estaba adentro e intentó robarles los zapatos a mis sobrinos. No se los quiten y no le entregues nada, les dije. De repente llegó el hombre al que le había advertido que no se tomara el whisky vencido. Cuando me vio le dijo al otro tipo: “déjalo tranquilo”.
Eso pasó en muchas casas y muchas personas no corrieron con la misma suerte que nosotros. Lamentablemente abusaron de mujeres, hicieron de todo porque en los días posteriores a la tragedia, Los Corales fue tierra de nadie.
En aquel caos, donde no había autoridad, muchas personas empezaron a meterse en las casas a saquear a ver que conseguían, dinero, joyas, comida y ropa, cualquier objeto de valor. En las noches en el barrio cercano se escuchaban disparos, música, parecía que celebraban por todo lo que habían saqueado.
Caótica evacuación
Ya para el cuarto día las autoridades habían montado un centro de acopio en una cancha de fútbol que estaba en un terreno cercano. Nos acercamos allí y eso era un desastre. Mis sobrinos, como eran bomberos voluntarios, se ofrecieron y ayudaron a las personas más afectadas a montarse en los primeros helicópteros con los que se había dado inicio a la evacuación. Uno de los morochos había viajado al exterior recientemente y había comprado ropa. Nos sorprendió ver que más de uno a los que ayudaba cargaban puestas sus prendas.
Cuando llevamos a mis suegros para que abordaran el helicóptero noté que muchos de los que estaban en la cola, que eran personas conocidas porque vivían en un barrio cercano, nos veían y su expresión era, “ahora ustedes están como nosotros”. Eso lo pude apreciar y muchos de mis vecinos más cercanos también lo percibieron. Sin embargo, otras personas nos ayudaron desinteresadamente en medio de la calamidad.
“Te sacamos de allí”
Durante todos esos días me mantuve en contacto por radio con mis compañeros de la EDC, que constantemente me pedían ubicación. Lo que pasaba es que el helicóptero de la compañía era muy grande, podía aterrizar en los campos de golf de Caraballeda, pero trasladarse hasta allá a pie desde Los Corales era un riesgo muy grande. Recuerdo las palabras del gerente general de la EDC, el ingeniero Salomón Magan, gran amigo, quien me dijo, “no te preocupes que nosotros te sacamos de allí”.
Y así lo hicieron. Buscaron un helicóptero más pequeño, para cuatro personas, pero en cada viaje montamos a seis. En la primera tanda fueron evacuados mi esposa, mis hijos y la pareja que nos brindó refugio en Parque Mar. En un segundo viaje nos llevaron a los morochos y a mí.
Tras una breve parada en Caraballeda, para dejar a uno de los trabajadores en la subestación, proseguimos rumbo al aeropuerto de Maiquetía. En el recorrido pudimos apreciar la magnitud de la tragedia porque antes de eso pensábamos que el deslave solo había ocurrido en Los Corales. Bordeando la costa pude ver cómo los contenedores del puerto de La Guaira habían sido arrastrados y las instalaciones estaban hechas un desastre. Recuerdo también dos transformadores de la subestación de la EDC Maiquetía, uno estaba en la playa y otro se había clavado en una casa. Todo era desolación y caos.
Sin embargo, tengo que reconocer que fuimos afortunados porque, además de que sobrevivimos, cuando salimos de Vargas nos refugiamos por un mes en casa de unos familiares en Caracas hasta que pudimos ubicar un sitio donde mudarnos.
Anecdotario de una tragedia
- Mientras estuvimos en Parque Mar, como teníamos agua apenas para tomar, con un tobo y una esponja nos bañamos las ocho personas que compartimos el apartamento.
- Con unas baterías triple AAA logramos poner a funcionar, por breves períodos de tiempo y con mucha dificultad, los teléfonos celulares.
- En el primer viaje que hice a la casa logré rescatar algunos bastimentos navideños, porque nos habíamos preparado para la Navidad y el Año Nuevo. Sirvió para que sobreviviéramos.
- El agua no causó mayor daño en la casa, los saqueadores sí. Violentaron la puerta de seguridad, abrieron un boquete en la pared, se llevaron todos los electrodomésticos que pudieron cargar y lo que no pudieron sacar lo rompieron.