Los impotables, por Gregorio Salazar
X: @goyosalazar
Dejo las invocaciones de los famosos poetas y oradores, que aquí no se yanta cuento. A Aquel sólo invoco yo, rogándole no permita que una pulsión en falso, una ligereza de mis dedos casquivanos y por vocación pecadores, me hagan decir lo que no quiero y me vea en época tan añosa en las redes de las nuevas leyes que nos enmallan o lo pretenden.
Cumple entonces tener buen tino para andar esta jornada, perdone usted que insista en refritarlo, señor Manrique, (Héctor, el de las tablas, sabe que no es con él) para que de este ritornelo semanal no vaya a salir de tablas quebradas en el cogote cuando –¡imagine usted el desatino!– tratando de decir «impotables» termine escribiendo «imputables».
Aléjame, Señor, de la tecla de esa infame «U», vocal malhadada y traicionera, supremamente débil como la carne (o como el apoyo popular que resta a los legisladores), y tratando apenas de aludir a lo que, según la real gana de la academia, significa «no se puede beber» no termine diciendo imprudentemente «lo que se puede imputar».
El mundo sabe desde los tiempos de don Jorge (no es con usted, señor Rodríguez) que imputable es acusable, denunciable, criticable, atribuible y achacable. Y aquí, como adelantamos, sólo queremos referirnos a lo que no es bebible ni tragable, como una pócima venenosa, como una ley propia de estados desastrados.
Potables deberían ser los gobiernos para las ansias de los pueblos, sedientos de justicia y libertad. Potables deberían ser sus dichos y sus haceres y muchos más con los amigos, tanto más si son vecinos. Potable debería ser, digamos, Miraflores para Colombia, de donde había recibido una lealtad casi pétrea. Y lo mismo con Brasil donde el siempre congraciante Lula, (apelativo que lo identifica, pero que en su país también alude a un «molusco cefalópode marinho»), no parece dispuesto a seguirse calando, por tintoso y ennegrecedor, este calamar, que es lo que en buen portugués denomina lula.
En la meseta bogotana y en Planalto parecen haber tirado la toalla insistiendo en tratar de hacer ingeribles, filtrando y purificando a contracorriente a quienes demasiadas muestras han dado de no quererse hacer bebibles y, peor aún, tampoco importarles.
Vea usted cómo el célebre episodio de Las Corinas, como seguramente lo recogerá la historia patria, ha venido a colmar el vaso de bebedizos escupibles. Si por el este dijeron que el bloqueo a la académica aspirante presidencial es «moito grave» y «nao tem explicacao jurídica», por el oeste los inempinables estropicios electorales de aquí fueron considerados «un golpe». Casi nada.
Pero la respuesta, ay, la respuesta, rompió el cántaro. Les ha dicho el presidente del Legislativo venezolano a los señores mandatarios de Colombia y Brasil que «se metan sus opiniones por donde le quepan». Seguramente también alcanza el embate a don Pepe Mujica, quien hace tiempo se dejó de acicalar tonterías y les dijo que «están más locos que una cabra». Por favor, don Pepe…
Vamos a serenarnos. Una respuesta como esa a dos jefes de Estado que han sido sus aliados funcionales y que, por otro lado, representan pueblos hermanos no es potable ni mucho menos «computable», como diría el robot de la familia Robinson, valga ver nuestra cédula en el pavimento. No se debe perder el control mental y mucho menos si uno es especialista en manejar, manipular, curar o lavar cerebros.
Es una repuesta tan subida de tono que cualquier observador, por desavisado que sea, diría que traspasó los umbrales de la insolencia. Como dicho bajo estado de insolación. No es aceptable, como no aceptaría ninguno de los diputados que han aprobado, con excepción del diputado Figueras del PCV, vox clamantis in deserto, la «ley contra el fascismo, neofascismo y expresiones similares», que el pueblo dijera, imitando los arranques del sideral caudillo: «Amigos, agarren su ley, enróllenla bien enrollada y etc, etc…».
*Lea también: La brecha de libertad de expresión en América Latina, por Marino J. González R.
No. Eso no. Por más que nos provoque. No se imaginará ni mucho menos se dirá, aunque el instrumento legal que pretenden merezca el apelativo de «Ley de los tres monitos». Esos muy conocidos chimpancés que no ven, ni oyen y mucho menos hablan. Sería de nuestra parte algo improbable, inviable, inimaginable, reprochable y, por supuesto, también impotable. Así, con o, con o, con o….
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo