Los impresentables, por Teodoro Petkoff

Muy poderosas deben ser las razones económicas y políticas —razones de Estado, en suma— que movieron a Lula y a Tabaré Vázquez a reunirse con un tipo tan impresentable como Bush, cuando a este le queda un poco menos de un año útil de su presidencia (el próximo es año electoral en Estados Unidos), pero deben ser tan poderosas como las que les hacen calarse con paciencia a un tipo como el Presidente de Venezuela.
Porque a la luz de lo ocurrido la semana pasada, resalta con mucha fuerza que las agendas del brasileño y el uruguayo son bien poco convergentes con las del venezolano.
Estamos ante una tijera que se abre. Por muy gorda que sea la petrochequera de Chávez, es visible que tanto para Lula como para Vázquez su visión de las relaciones con Estados Unidos (incluso bajo la presidencia de Bush) es bastante diferente de la que proclama Chávez.
Para ambos, los desencuentros y las divergencias con Estados Unidos no excluyen la necesidad de la convivencia. Al ALCA, por ejemplo, lo metió en el congelador la posición de Mercosur (no aceptar el proyecto pero sin cerrar la discusión), no la vocinglería y la estridencia de Chávez, quien a última hora, en Mar de Plata, debió sumarse a la postura de Mercosur, so pena de quedar aislado.
Pero las recientes entrevistas del Presidente gringo con sus homólogos revelan que estos entienden bien que una política de confrontación a la Chávez con Estados Unidos no conviene a los intereses de sus respectivos países. Podría añadirse que tampoco la agenda del gobierno Bachelet, en Chile, coincide con la de Chávez. En este sentido, es perceptible que el margen de maniobra de Hugo Chávez en América Latina se hace más estrecho de lo que algunos observadores un tanto superficiales le atribuyen.
Dejándose deslumbrar por el protagonismo mediático de este y por el eco de su retórica escandalosa, le imaginan una influencia mucho mayor de la que realmente tiene.
No deja de ser sintomático que a la cita del estadio en Buenos Aires no hayan concurrido ni Evo Morales ni Rafael Correa ni Daniel Ortega. El primero adujo la oportuna excusa de un viaje a Japón, en tanto que el segundo, obviamente, tiene otras prioridades en este momento. Ortega, que ahora es católico, no quiere bronca con los gringos. Ni siquiera el chulo Kirchner quiso asomarse al show. Al final del día, a Chávez todos le cogen la plata pero estos gobiernos no parecen muy dispuestos a acompañarlo en una política de la cual todos intuyen que sólo Venezuela puede darse el lujo.
Venezuela no necesita bregar aranceles ni tarifas con los gringos.
Vende y compra en Estados Unidos con los privilegios que nadie más en América Latina tiene, dada su condición petrolera. Los otros gobiernos, por muy de izquierda que sean, prefieren mantener con Estados Unidos una relación colocada bajo la admonición de que lo cortés no quita lo valiente.
Chávez no entiende esto. Las complejidades de la política internacional le son ajenas porque su visión maniquea le impide distinguir matices.