Los niños de Las Brisas, retrato de una partitura desafinada
El documental Los niños de Las Brisas es uno de los mejores ejemplares del género en la cinematografía venezolana. A través de la historia de tres músicos jóvenes de El Sistema de orquestas, retrata a una generación sometida al colapso nacional que puede más que la propaganda y el populismo. El largometraje de la directora Marianela Maldonado está en cines de toda Venezuela
«Cambié mi viola por un fusil». Esta es quizá la frase más dura del documental venezolano Los niños de Las Brisas, de la directora Marianela Maldonado, que se puede ver en salas de cine del país. La escuchamos en boca de Edixon, uno de los tres protagonistas de este largometraje realizado durante una década de filmaciones dentro y fuera del país, y sintetiza el drama humano que la película finalmente nos muestra en pantalla: las consecuencias del colapso de un modelo político y económico a ritmo de batuta.
Los niños de Las Brisas sigue las vidas de tres músicos jóvenes de El Sistema de orquestas venezolano, desde sus primeros años adolescentes. Todos provienen de esa comunidad vulnerable al sur de Valencia, estado Carabobo, donde la pobreza condiciona vidas. Los tres empuñan sus instrumentos para abrirse a un camino distinto, uno de posibilidades, de arte, de desarrollo y, también, de movilidad social. Después de todo, una de las premisas de la organización fundada e impulsada por el maestro José Antonio Abreu hace casi medio siglo es que la riqueza espiritual termina por derrotar la pobreza material.
La directora Marianela Maldonado se encontró entonces con aquel núcleo carabobeño «que estaba atendiendo a muchísimos niños y familias, y además había 700 niños en lista de espera. Me conmovió la idea de que estos chicos querían estudiar música como una manera también de acceder a la educación, a las oportunidades. La idea inicial siempre ha sido mostrar cómo la música cambia vidas, pero también hacer un retrato de cómo la realidad venezolana los impactaba porque desde ese entonces se veía ese conflicto entre el deseo de la familia de salir adelante y una situación que era bastante difícil, por pocos recursos, dificultad para acceder al transporte y muchas otras cosas de la vida cotidiana», dice.
El resultado es un documental que muestra que las intenciones, incluso con grandísimas inversiones para convertir a El Sistema en una gran herramienta de propaganda política, no bastan. Poco se logra si alrededor de una burbuja medra el colapso. No es que la idea no funcione, es que está sola. Una generación, o varias, por tanto no han encontrado caminos de desarrollo, como músicos o en cualquier otro campo, aprovechando las herramientas aprendidas y la disciplina.
Los niños de Las Brisas sigue la historia de sus protagonistas, y sus circunstancias, durante una década. Cualquier cosa podía pasar. La producción pudo haber registrado el surgimiento del siguiente Gustavo Dudamel, pero finalmente retrató la realidad quizá de miles que no lo consiguen, y no por falta de empeño o habilidades. Edixon, Dissandra, Wuilly, todos transitan una vida de «tocar y luchar» en serio, no solo por eslógan sino por sobrevivir.
Lo hacen dentro de un ecosistema de oportunidades y también de competencia, pero principalmente de contrastes. Allí donde el sueño del maestro Abreu empapa el ánimo de alumnos y profesores, de quienes cada semana aportan lo que pueden para seguir adelante a pesar de las dificultades venezolanas, pero que se hace insuficiente ante el peso del contexto social, económico y también político. «Allí tenemos un país donde hay muchas necesidades y sí es cierto que la música ayuda y contribuye a la educación y a salir de la pobreza y a progresar, ayuda a la movilidad social. Pero no puede ser la única herramienta. Tienen que haber otras muchas, y allí está también el rol del Estado», apunta la también coguionista de Érase una vez en Venezuela (2020) y de Peter & the Wolf, cortometraje ganador del Oscar en 2008.
«Yo no sabía que iba a estar 10 años siguiendo a estos chicos. Yo había planeado cuatro o cinco años de seguimiento, por lo menos a seis niños. Pero estos tres chicos eran los más grandes y fueron los que empezaron a tomar decisiones importantes, porque fueron creciendo». La cámara de Marianela Maldonado, Robin Todd y Luisa De La Ville (cinematógrafo y productora que también asumieron el rol tras la lente) acompaña a sus protagonistas en momentos clave de sus vidas, y nos brinda la oportunidad de ser testigos silentes.
Estamos allí, viendo sus ensayos, sus nervios, sus aspiraciones, sus obstáculos, sus familias, sus discusiones, su toma de decisiones, muchas de las cuales los obliga a asumir una adultez inesperada. Porque Edixon perdió a su papá por la violencia y siente el peso de la responsabilidad del hogar, porque Wuilly sabe que hace falta más que rezar para llegar a la gracia divina, porque Dissandra entiende que en una casa de puras mujeres todas están obligadas a aportar desde temprano. Los tres escogen qué hacer y la cámara de Maldonado está allí para registrarlo, para desmitificarlo, y hasta para reivindicarlo.
«Teníamos más de 400 horas de material. Pensamos incluso hacer una serie por personaje porque había muchísimo material interesante. Sin embargo, las historias son fuertes, son duras, entonces pensé que hacer un largometraje era mejor porque de alguna manera nos relataba en una sola pieza todos esos temas que allí conviven. Allí hay una intersección de temas como la vida misma, de una manera auténtica y natural», confiesa la directora.
El metraje pasó por distintos equipos de edición, cada uno aportando una visión y optimizando cada vez el contenido hasta llegar a los 84 minutos que cuentan «la historia humana y la historia íntima de estos tres personajes, pero también la historia de la comunidad y de lo que estaba pasando en Venezuela en este momento».
Los niños de Las Brisas es, junto a Érase una vez en Venezuela, de los mejores retratos documentales de nuestra contemporaneidad. Y lo hace de manera descarnada, con los términos precisos, con la denuncia necesaria, con imágenes que recuerdan días oscuros y con historias que se convierten en ejemplares de las tres maneras en las que muchos, millones, asumieron esa realidad. Es un material contundente que completa el arco narrativo de sus protagonistas, el de una generación de jóvenes.
Por tanto, es una película que no ha estado exenta de temores, con horarios complicados de exhibición, con poca promoción en muchas partes, con ganas de algunos de silenciarla. «El Centro Nacional de Cinematografía nos ha apoyado. Tuvimos la primera semana unos horarios bastante difíciles, pero afortunadamente se cambiaron gracias a la intervención del CNAC. También hemos tenido dificultades para promocionarla, hay censura y autocensura, y dificultades de las personas incluso para ir al cine por falta de recursos, o de transporte. Tiene que ver también con la situación. Pero debo decir que todo el que la ve sale conmovido, nos escriben, nos mandan mensajes, nos mandan videos y nos cuentan. Al final el cine es para eso para que tú te veas allí como un espejo, para que te veas y entiendas quién eres, te ayude a seguir y encontrar un futuro mejor. Para eso es el arte«, refiere Maldonado.
Los niños de Las Brisas ha pasado por 30 festivales internacionales desde su primer estreno en 2022, fue transmitido por la televisora pública de Estados Unidos y también ha tenido audiencia en Francia, donde ha ganado premios. Ahora cumple su ciclo en la cartelera venezolana, donde se mantendrá en tanto cada vez más personas acudan a verla. Luego, sus productores quieren llevar la película a otros mercados de América Latina.