Los Nobel mal dados, por Carlos M. Montenegro
Como es habitual cada año el 10 de diciembre pasado se celebró en Estocolmo la ceremonia de entrega de los premios Nobel, excepto el de la Paz que se entrega el mismo día pero en Oslo, la capital de Noruega. Este año uno de los premios, concretamente el de Literatura, concedido al escritor Peter Nandke ha levantado más que una polvareda, un auténtico vendaval de protestas, poniendo en entredicho la idoneidad de la Academia de las Ciencias de Suecia para cumplir con su cometido. Claro que no es la primera vez.
Bien sabido es que los Premios Nobel son unos premios honoríficos otorgados por el gobierno de Suecia, a personas en vida que hayan hecho investigaciones sobresalientes, aplicando o inventado técnicas y procesos revolucionarios útiles, o que hayan hecho valiosos aportes a la sociedad. Los premios fueron establecidos y legalizados en el Club Sueco-Noruego de París en 1895 por expreso deseo del industrial sueco Alfred Nobel, el inventor de la dinamita, poco antes de morir.
Se trata de recompensar a las personas e instituciones que mejor hayan contribuido al avance y bienestar de la humanidad en el terreno de la física, la química, la medicina, la literatura, la paz y desde 1969 el de Economía. Universalmente los Nobel son reconocidos como los más prestigiosos que se pueden recibir en esas disciplinas. La Fundación de los Nobel fue creada cuatro años después de la muerte de su mentor en 1900, y se otorgaron por primera vez en 1901.
Sin embargo, en sus designaciones, suelen surgir esporádicamente polémicas y protestas, bien sea porque el mundo científico es probablemente hermético y difícil de catalogar, o bien por el uso que se le da al resultado de las investigaciones; el caso es que los premios Nobel no siempre han dado buen ejemplo de mostrar lo mejor del ser humano.
Es posible que si Alfred Nobel levantara la cabeza, renegaría de algunos premios concedidos en su nombre. Como se ve, hasta los premios Nobel pueden tener un lado oscuro.
Desde sus inicios, el origen de los premiados abarca a todas las regiones geográficas del mundo, desde Islandia y Chile hasta la India o Luxemburgo, y puede incluir personajes de procedencias políticas o religiosas antagónicas. En el área de la literatura han sido premiados stalinistas irredimibles como Mijail Shólojov y críticos del despotismo soviético como Boris Pasternak o Alekandr Solzhenitsyn.
Sin embargo, a lo largo de los casi 120 años concediendo Premios Nobel no han faltado individuos coleados que recibieron la deseada medalla, y que el tiempo demostraría que no la ameritaban, mientras otros con sobrados méritos jamás lo lograron.
Cierto es que la nada fácil decisión de a quién entregar los Nobel la toman seres humanos, por lo tanto el proceso de elegir y el de premiar no está exento de los fallos y errores que cometemos las personas. Pero basarse en el axioma “Talento y Gusto”, divisa de la Fundación Nobel, son atributos que podrían aplicarse a casi cualquier escritor, pero parecen insuficientes para definir las obras que verdaderamente merecen el premio, aquellas que se supone pudieran transformar la literatura estableciendo un antes y un después.
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Durante períodos que a veces no fueron cortos, los académicos suecos parecían soslayar a genios evidentes, mientras que con la misma displicencia favorecieron a dudosos genios, cuyo mayor mérito tal vez fue figurar entre los elegidos.
La primera década de los Nobel fue un modelo de esos estropicios al premiar con el de Literatura a algunos monumentos para el olvido, como al versificador español José Echegaray, que lo compartió con el dramaturgo noruego Bjorstjerne Bjoernson, cuya obra más descollante fue haber puesto letra al Himno Nacional de su país, o al lánguido poeta provenzal Frederic Mistral, cuando aún vivían, imagínense, nada menos que Henryk Ibsen y León Tolstoi, dos de los escritores más grandes del siglo XIX, que se fueron sin el premio. Aún así alcanzando el estado de gloria que merecían.
Se suelen necesitar décadas para poder constatar si los que al parecer fueron premiados en precario, crearon una obra digna de perdurar. Pero pocos perdonarán a los académicos responsables de otorgar los Nobel de literatura que dejaron partir con las manos vacías a Borges, Nabokov, Henry James, Joseph Conrad, Proust, y Cortázar, perfectamente aptos para acrecentar la lista de los Faulkner, Pirandello, O’Neill o Beckett.
Que todos esos genios de las letras no hayan recibido el premio Nobel de literatura es una desagradable verdad, quizá solo comparable a la incomprensible torpeza de haber hecho ganadores del premio Nobel de la Paz a Barak Obama y a Juan Manuel Santos y no a Mahatma Gandhi.
Pero regresando al pasado 10 de diciembre, durante la contestada entrega del premio Nobel de Literatura 2019 al novelista, dramaturgo, poeta y ensayista además de guionista y director de cine austriaco, Peter Handke. Lo primero que cabe preguntar es por qué el premio a ese señor ha generado tanto disgusto internacional, tanto ruido armado por la comunidad política, artística y social de todos los ropajes que, lo cual invita a averiguar de qué va el asunto.
No ha sido difícil, pues el caso ha inundado las redes como una telaraña, se me ocurre, porque al parecer el hombre se las trae. La academia lo premió por: «un trabajo influyente que a través del genio lingüístico ha explorado la periferia y la especificidad de la experiencia humana«.
Desconozco su obra al parecer extensa y variada; apenas hace bastante tiempo leí su Lento en la sombra una serie de narraciones cortas sobre sus andanzas en el arte, el cine y literarias e incluso algunos discursos, o sea poco o nada más.
El quid de la cuestión a tanta altercado no es literario. Se centra en que no se puede dar un premio Nobel a alguien que admiró, apoyó y mantuvo notoriamente una cercana amistad, según sus abundantes detractores, con el presidente de la República de Serbia, Slobodan Milosevic, conocido como El Carnicero de los Balcanes, quien en 2006 muriera en extrañas circunstancias mientras era juzgado por El Tribunal Penal Internacional de La Haya, acusado de 66 cargos de genocidio, limpieza étnica y múltiples crímenes de guerra y de lesa humanidad, cometidos durante las tres guerras de los Balcanes en los 90’s dirigidas por el propio Milosevic.
Es un hecho comprobado, entre otros, que Handke asistió al funeral de Milosevic en 2006 y pronunció un discurso, haciendo su apología durante el acto, y negando la masacre en 1995 de 8.000 musulmanes en Srebrenica, que incluyó el asesinato de niños, adolescentes y ancianos, con el objetivo de lograr la limpieza étnica de la ciudad.
Hechos como este han detonado la reacción internacional tras dar a conocer su nombre como ganador del premio. La policía sueca tuvo que contener a los indignados manifestantes frente a la Sala de Conciertos de Estocolmo el día la entrega de los premios.
Los supervivientes de la masacre de Srebrenica de 1995, han acudido a todas las instancias para que se revoque a Handke el Premio Nobel de Literatura calificándolo de «vergonzoso».
Los principales políticos de los países balcánicos víctimas de los excesos y crímenes cometidos por Milosevic saltaron de inmediato a la palestra: El Primer Ministro de Albania, Edi Rama declaró: “nunca pensé que me sentiría con ganas de vomitar por un Premio Nobel«.
A su vez El presidente de Kosovo, Hashim Thaci, ha manifestado también que «la decisión del Premio Nobel ha traído un inmenso dolor a innumerables víctimas«. Y el sobreviviente de la masacre de Srebrenica Emir Suljagic, ha dicho: “que un fan de Milosevic y un notorio negador del genocidio gane un Nobel de Literatura…vaya tiempo para estar vivo”.
Por otra parte, presidente del gobierno de Bosnia-Herzegovina, Safik Dzaferovic, al día siguiente de la entrega dijo que el premio a Handke era «escandaloso y vergonzante», mientras que el filósofo esloveno Slavoj Zizek llamó al escritor «apologista de crímenes de guerra”.
Si es cierto que hay un más allá, Don Alfred debe andar muy arrecho.
A todos los lectores, y a mis compañeros talcualeros, les deseo ¡Feliz Navidad y año nuevo!