Los pitiyanquis, por Teodoro Petkoff
Lo que nos faltaba por ver en este continente bananero es a Hugo Chávez y a Manuel Zelaya pidiendo, casi rogando, la intervención del imperio en Honduras. Por una vez en su larga carrera de desafueros contra su «patio trasero», el imperio se comporta con discreción y prudencia, se desmarca del único golpe militar latinoamericano que no ha machineado y hete aquí que el «antiimperialista» Chacumbele exige que el imperio meta sus patotas en Honduras. Como no se atreve a atacar a Obama de frente, explica su conducta inventando que este es «rehén del imperio» y que por eso no puede actuar. Igualmente patético, si no más, es Zelaya. Viejo pitiyanqui, al fin, como todos los oligarcas de su país, entre los cuales es uno de los más conspicuos, ha dicho nada menos que «Obama, que tiene una gran fuerza, debe actuar en Honduras». Fin de mundo. Zelaya quiere regresar al poder montado en un tanque gringo.
Lo que llama poderosamente la atención es que Chacumbele no le exija a Lula aunque sean unas palabritas de condena al golpe. Tampoco le reclama nada a Tabaré ni a Bachelet, quienes no han sido particularmente locuaces en este asunto. Quizás si se detuviera a pensar un poquito se daría cuenta de que uno de sus más graves errores ha sido el de no dejar espacio para que las democracias del continente asumieran la búsqueda de una salida para la crisis hondureña.
Cuando tanto Chacumbele como el crápula de Ortega, con la fianza cubana por detrás, más el asqueante oportunismo de Insulza, se cogieron el protagonismo, produjeron un prudente paso atrás de los demás gobiernos. Todo el que oyó a Chacumbele en Managua debe haber pensado que si bien el golpe era inaceptable, la postura del Presidente venezolano no lo era menos. La injerencia chavista es digna de algunos episodios de la historia imperial de los Estados Unidos.
Un avión de Pdvsa transportando a Zelaya, con la presencia de numerosos activistas venezolanos enviados a Honduras, junto con las cajas electorales, para la «encuestica», son actos claramente perturbadores de la soberanía de Honduras.
Cabe pensar que si la OEA se hubiera reunido sin la previa visita de Insulza a Managua (donde comprometió su condición de mediador), en medio de un clima universal de repudio al golpe, era factible una acción de los gobiernos democráticos del continente con vistas a procurar una solución negociada.
Pero cuando la batalla por la restitución del inefable «hilo constitucional» en Honduras, pasan a liderizarla gobiernos de tan dudosa solvencia democrática como el nuestro y el de Nicaragua y, aunque en segundo plano, el cubano, que no tiene ninguna, más los añadidos de Cristina, que viene de recibir un revolcón electoral, y de Correa, que parece querer disputarle a Chacumbele el estrellato, entonces se comprende por qué ni Lula, ni Bachelet ni Tabaré, pero tampoco Obama, van más allá de lo que les sale, que es la prudencia diplomática.