Los retos ante la autocracia en Venezuela, por Marta de la Vega V.
Si nos vamos a un diccionario de lengua española el término autocracia significa en política el poder ejercido por una sola persona cuya voluntad se convierte en suprema ley. O también puede ser comprendido como el poder ejercido de manera absoluta y excluyente por un grupo, cuyos intereses prevalecen por encima de los objetivos de los otros poderes públicos, de los demás actores políticos y de la sociedad en su conjunto.
No hay virtudes cívicas que regulen la convivencia social. Roto el Estado de derecho, transgredidas las leyes o impuestas estas en función de los intereses de una minoría dominante o para favorecer al autócrata, sin marco constitucional ni orden jurídico vigentes, nada limita ni modera el poder abusivo de la camarilla gobernante. Este grupo usurpa las funciones públicas y la legalidad. La consecuencia es la indefensión total de la gente frente a la voluntad omnímoda del tirano, el debilitamiento de las instituciones que son sustituidas por el personalismo y la demagogia clientelar, la ausencia de normas sólidamente establecidas cuyo incumplimiento esté respaldado por las consiguientes sanciones.
Interpretación laxa de la ley y pragmatismo son mecanismos de control social. Sumisión, miedo, coacción, son los instrumentos de violencia arbitraria e ilegítima usados para reducir cualquier disidencia o crítica, para doblegar al ciudadano, para paralizar a los que dependen del Estado desde el punto de vista económico, para asustar a los más vulnerables y para que se resigne la población a la desesperanza aprendida mediante represión, persecuciones, amenazas, asesinatos a mansalva e impunes.
La ruina deliberada de la economía, por cálculo político y por ineptitud, acrecienta la dependencia con el Estado, cuya estructura populista, amiguista y demagógica encadena y somete a los electores a las apetencias de la parcialidad política dominante. Pavorosa crisis humanitaria. La maquinaria del Estado se convierte en el superárbitro social que decide el destino de la nación.
El gobierno arrebata las estructuras del Estado para ponerlas a su servicio, el Estado como apéndice del gobierno ignora a los ciudadanos, los utiliza y los somete por sus carencias y necesidades. Mandar, no gobernar, para afianzar su dominio y aferrarse al poder. Gobierno tiránico, usurpador, sin legitimidad ni capacidad de responder a las demandas sociales ni llevar a cabo las obligaciones que le competen. Este escenario es el de Venezuela hoy
A pocos días del 20 de mayo de 2018, el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, que ha servido de capataz del proyecto chavista madurista para consolidarlo bajo la égida del dictado imperial de los Castro y de su actual sucesor designado presidente de Cuba, ha ejercido su papel para asegurar la permanencia del régimen venezolano.
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Ahora se autoproclama garante de las presuntas elecciones presidenciales, como declaró recientemente Beatriz Becerra, representante de España, vicepresidente de la Subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento de la Unión Europea. Que Rodríguez Zapatero las llame elecciones resulta revelador, cuando son un nuevo intento-dice Becerra- de la dictadura de Maduro para acabar del todo con la oposición democrática. No hay garantías de ningún tipo. La oposición ha sido ilegalizada, sus líderes están presos, inhabilitados o exiliados. La convocatoria no cumple ninguno de los estándares internacionales. Fueron impuestas y adelantadas arbitrariamente las fechas por una anc inconstitucional e ilegal. Así no se puede votar.
El fraude está cantado y por eso el dilema no es votar o no votar. Se trata de impulsar y decir la estrategia adecuada para la restauración de la democracia, con un liderazgo que tenga visión de largo plazo y grandeza de hombres de Estado.