Los talibanes pierden la chaveta, por Simón Boccanegra
El chavismo talibánico está saliéndose de sus casillas; se está desesperando cuando tropieza con la serenidad de sus adversarios. El lunes, los periodistas le dieron una lección de autocontrol y de disciplina a una patota de facinerosos, que los agredió verbalmente cuando se encontraban a las puertas de la Fiscalía, reclamando justicia para los cayapeados de la Cadena Capriles.
Fue admirable el temple con el cual los periodistas se calaron la catarata de insultos y provocaciones que llovió sobre ellos. El talibanismo, por cierto, se equivocaría si confunde esa actitud de no-violencia con temor o algo así.
Conozco a varios de los que allí estaban y de no ser por la autodisciplina y la convicción de que la victoria está en dejar en el aire las provocaciones, más de uno le tumbaría las muelas a cualquiera de los cobardes matones que los agredieron. Este episodio, relativamente pequeño dentro del cuadro de camorra permanente que el talibanismo chavista ha adoptado como línea de conducta, implica, sin embargo, para los adversarios del régimen, toda una lección política, cuyos resultados saltaron a la vista. La banda de forajidos no tuvo más remedio que irse con el rabo entre las piernas. Sabedores de que la cayapa contra los colegas de la Cadena Capriles les resultó un bumerán, los cayaperos de antier confiaban en que sus provocaciones llevaran a una gresca, que era el objetivo perseguido, para después, por el latifundio mediático de Chacumbele, dedicarse a presentar a las víctimas como agresores. El tiro les salió por la culata.
Quedó claro, otra vez, que la violencia y la intolerancia, que el uso de la agresión física, es la confesión implícita de los que se saben carentes de razón. Sigan por ahí, que están, como su amo y señor, matándose solitos.