Los Turcos de Venezuela, por Carlos M. Montenegro
Cuando se trata de nombrar a extranjeros de etnia árabe, los citamos de numerosas maneras en un increíble coctel de desconocimiento de la historia, existe una enorme confusión, claro que nadie está obligado a sacar buena calificación en esa “irrelevante” asignatura.
Pero lo que sí da bronca es ver, escuchar o leer, sin dar pie con bola en este asunto a muchos periodistas que alardean de serlo; curiosamente suelen ser profesionales que se creen portadores de no poca sapiencia, creadores de “matrices de opinión” pareciendo estar de regreso de lugares a los que aún no han ido; son buenos halagando y aún mejor siéndolo, se conocen, y las usan profusamente, todas las muletillas del léxico al uso, pero confunden sin enterarse, a musulmanes por árabes , mahometanos con islamistas y hasta islámicos con yihadistas. Otro tanto suele suceder con los judíos y sus diversas derivaciones étnicas y religiosas.
Por lo que estoy pensando, que pensar debiera, tal vez en un próximo trabajo, me meta en ese jardín para tratar de desenredar ese ovillo, en el que confieso a veces, también me he enrollado, a ver si logro salir airoso.
Mientras, recuerdo que hubo un tiempo en que el venezolano de a pie, ese asunto lo tenía perfectamente resuelto. Y no era cuestión de cultura, verán.
A mediados del siglo pasado en Venezuela entre la gente común no era frecuente disponer de cuentas corrientes bancarias; era más acostumbrado abrir cuentas de ahorro con sus respectivas libretas, donde el cajero anotaba a mano el importe de la operación, sirviendo a su vez de contabilidad doméstica.
Los cheques se usaban para cancelar facturas de cierto nivel. Cuando las cifras eran importantes, se utilizaban cheques avalados por el banco, pomposamente llamados “cheques de gerencia”, que protegían al destinatario de sustos si las cuentas no disponían de suficientes fondos; los que entendían de finanzas hablaban también de transferencias interbancarias, no sin darse cierta importancia.
Ya en el último cuarto del siglo, las cosas se fueron agilizando cada vez más con la popularización de las tarjetas de crédito, los cajeros automáticos, las tarjetas de débito y un sinfín de productos bancarios que los sistemas computarizados y las nuevas tecnologías mejoraron hasta niveles impensables de eficacia y prontitud. Hoy, en cuestión de segundos cualquier pago puede ser realizado “on line” en las antípodas.
Pero las operaciones comerciales comunes se hacían en efectivo, solo en contadas ocasiones una familia compraba a crédito, aunque de hacerlo, los intereses del crédito no solían pasar de un dígito.
Se cancelaba en efectivo casi todo, desde un par de zapatos a un sofá, pasando por las compras domesticas diarias. Se usaban billetes de hasta cien bolívares, la mayor denominación, pero había monedas con valores fraccionarios de 0,05 (la puya), 0,10, 0,12½ (la famosa locha), 0,25 (el mediecito), y 0,50 (el real) centavos, estos últimos de plata al igual que las monedas de 1, 2 y 5 (el cachete o fuerte), bolívares. Y con cada una se podía comprar algo.
Pero hasta bien entrados los años sesenta, por toda Venezuela pululaban unos curiosos comerciantes de marcado acento extranjero, de aspecto sencillo, bastante educados, y por lo general honrados, que cumplían un rol muy importante en la economía familiar de la gente, especialmente entre las clases populares. Trabajaban en solitario, asistidos a veces por algún joven que les ayudaba a transportar una o dos abultadas maletas de cuero marrón, aseguradas fuertemente con correas. Recorrían a pie periódicamente los pueblos y ciudades donde ejercían su actividad comercial, visitando a su clientela, habitualmente amas de casa, en sus domicilios.
Debía haber miles, pues cubrían todo el país especialmente las urbanizaciones y barrios populares, además de extensas zonas rurales. Eran bien recibidos en los hogares donde se les invitaba a entrar y tras el ritual ofrecimiento de café o algún refresco, abría su maleta desplegando por la estancia las mantelerías, juegos de cama, cortes de telas y otras maravillas llegadas del oriente.
Solían acudir vecinas que también compraban, los precios eran asequibles tras algún probable regateo que convinieran las partes. Eran personas respetadas por la gente del entorno, que los trataban familiarmente, como miembros trashumantes de la comunidad. Sus nombres podían desconocerse, pero a lo largo y ancho del país al verlo llegar para todos era simplemente el “Turco”.
Pero curiosamente los “turcos” de Venezuela no pertenecían a esa etnia. Su fisonomía correspondía más bien a la raza árabe, a la que casi sin excepción pertenecían. Entonces, ¿por qué un país entero les adjudicaba un gentilicio equivocado de forma tan unánime?
La verdad es que tan peculiares inmigrantes procedían en su mayoría del Líbano, formando una de las colonias de extranjeros más importantes de Venezuela. Se estima que para el año 2.000 la población era de unos 150.000 libaneses. Su llegada sucedió en tres oleadas separadas por algo más de medio siglo. En las décadas de 1860, de 1920 y la de 1960
Sucede que Líbano, siendo un país árabe, en 1516 tras la guerra entre otomanos y los mamelucos musulmanes de Egipto, siendo éstos vencidos e invadidos, Líbano, parte del reino mameluco, fue cedido al imperio Otomano permaneciendo así hasta su derrumbe tras la I Guerra Mundial en 1919.
En 1860, la situación para los libaneses practicantes de la Iglesia Católica Maronita era insostenible, ya que debían cancelar impuestos exagerados a los turco-otomanos, siendo permanentemente perseguidos y maltratados. El clima hostil en extremo motivó que muchos libaneses vendiesen sus propiedades y embarcaran en los puertos de Sidón, Beirut y Trípoli rumbo a diferentes países del promisorio continente americano.
En Venezuela los puntos de llegada fueron la Isla de Margarita y Puerto Cabello, donde los primeros inmigrantes se asentaron, los siguientes se ubicaron en Cumaná, La Guaira y Punto Fijo, desde donde se fueron yendo hacia el resto del país. Las autoridades portuarias locales cuando desembarcaban, los clasificaron como “turcos”, debido a que portaban pasaportes expedidos por las autoridades otomanas cuya etnia dirigente era la turca y siendo Líbano aún parte del imperio.
Se dedicaron principalmente al sector comercial, contribuyendo a desarrollar en ese sector a una economía que estaba anticuada. Su éxito comercial se debió a la aplicación de un antiguo método de venta heredado de sus antepasados fenicios, introducido por los primeros libaneses llegados a Venezuela en 1860. Consistía en vender a crédito, sin intereses, basándose en la confianza con el cliente al que se le vendía en su propia casa, con el fin de conocerlo mejor en su entorno. Se anotaba el monto de la deuda acordando las cuotas y en cada visita cíclica cobraba lo convenido, rebajándolo de la deuda en la cuenta del cliente.
Hay consenso general de que los libaneses son el pueblo más productivo de la raza árabe, sean de confesión musulmana, católica maronita o drusa. Son emprendedores con éxito, cualquiera de los extractos sociales de donde provengan.
La inmigración libanesa se hace palpable en Latino América en países como México, Brasil, Argentina, Venezuela, Chile y Colombia, posicionándose de forma notable en aéreas de la política, el arte y el comercio, integrándose perfectamente a la sociedad de los países que los acogen.
Los libaneses han aportado a México, según Forbes, al empresario más exitoso del mundo Carlos Slim y a una cotizada actriz como Salma Hayek; el aporte colombiano ha sido importante, como el presidente Julio Cesar Turbay Ayala y la extraordinaria cantante Shakira que comparten su origen libanés; al igual que en Argentina el afamado cantor Jorge Cafrune y su famoso paisano el actor Ricardo Darin. Son solo botones de muestra que se repiten en cada país al que hayan emigrado los libaneses.
Fenicia, significa “país de palmeras”, fue un reino en la antigüedad, llamado Líbano después. Los fenicios, ascendientes de los actuales libaneses fueron un gran pueblo de navegantes, fundadores de colonias (Cartago en África del Norte, Cádiz, en Hispania) dejando un importante legado cultural a las civilizaciones posteriores, creando un importante vínculo entre los pueblos del Mediterráneo.
A grandes rasgos: fueron modelo en el ámbito de la economía, el comercio y la navegación marítima. Aportaron la técnica del teñido de telas y la fabricación del vidrio transparente. Como buenos comerciantes fueron promotores de una gran cultura de paz y desarrollo. Pero su gran aporte a la ciencia fue la creación del alfabeto consonántico que sustituyo al pictográfico, que facilitó la escritura y fomentó la lectura en la gente común.
Como se ve los libaneses, “nuestros turcos”, en su sencillez procedían de un pueblo muy importante. Y nosotros sin saberlo.