Lugo no es Hugo, por Simón Boccanegra

Hugo Chávez se ha vuelto un regalo de los dioses para los sectores más reaccionarios del continente. Su estilo intolerante, su agresividad verbal, su energumenismo inútil, lo convierten en el espantapájaros ideal. Donde quiera que aparece un candidato que enfrenta el status quo, sus adversarios le endilgan un contubernio con Yo-El-Supremo. Así desgraciaron a López Obrador en México. Humala, en Perú, se mató él solito porque ese más bien subrayaba su dependencia de Chávez. Con Fernando Lugo, en Paraguay, pusieron en práctica el mismo truco pero no les resultó. Lugo ganó, entre otras cosas porque se supo desmarcar del incómodo Chávez. Esa victoria, en el país guaraní, tiene un significado mucho más hondo del que se puede pensar. Lugo rompió el asfixiante monopolio del poder que durante 60 años ejerció el Partido Colorado, de los cuales 30 correspondieron a la sangrienta tiranía del general Stroessner. Los colorados hicieron de Paraguay el país más pobre y corrupto de Sur América.Tal como en México la victoria de Fox, el año 2000, quebró el predominio de setenta años del PRI –como «la dictadura perfecta», definió Vargas Llosa a esa corrupta hegemonía– abriendo el camino hacia una transición democrática, que está en pleno desarrollo y presenta un nuevo abanico de opciones a los mexicanos, en Paraguay, la victoria del ex obispo inaugura una nueva época para su atormentado pueblo. Hace posible, a menos que derive hacia formas autoritarias y autocráticas de gobierno o que la zambumbia política que es la coalición que lo llevó al gobierno le malogre su gestión o que los colorados intenten sabotearlo, que la futura evolución política del país pueda realizarse dentro de un cauce democrático. Por ahora, a Fernando Lugo hay que darle el beneficio de la duda.