Lukashenko y Maduro son “peones geopolíticos” de Vladimir Putin
Según el internacionalista Roberto Mansilla Blanco los gobernantes de Bielorrusia y Venezuela, Aleksandr Lukashenko y Nicolás Maduro, se han convertido en “peones geopolíticos” de Vladimir Putin y sirven a los intereses rusos, en particular en lo referente a generar incomodidades entre Estados Unidos y sus aliados
Más de 9.350 kilómetros separan a Caracas de Minsk, capital de Bielorrusia. En avión sería un viaje que, en condiciones normales, tomaría casi dos días con dos y hasta tres escalas.
Los venezolanos y los bielorusos poseen muy pocas cosas en común. En la tierra de Bolívar hay 2.718 km de costa y un clima tropical cálido; la llamada «Rusia Blanca» no tiene salida al mar y la temperatura oscila entre -6 ºC en invierno y 18 ºC en verano.
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Sin embargo, desde hace más de 15 años existen «lazos» que unen a las autoridades que rigen los destinos de ambas naciones; una amistad detrás de la cual está el presidente ruso Vladimir Putin.
El internacionalista Roberto Mansilla Blanco destaca que, al margen de los acuerdos de cooperación suscritos inicialmente por el fallecido Hugo Chávez y ratificados posteriormente, buena parte de ellos, por el gobernante Nicolás Maduro, ambos regímenes, el de Lukashenko y el chavista, reciben pautas directas del jefe del Kremlin.
«Las sociedades bielorrusa y venezolana se enfrentan a gobiernos autoritarios que han utilizado, de alguna u otra forma, el arma electoral de forma fraudulenta para mantenerse en el poder. Lukashenko y Maduro constituyen peones geopolíticos estratégicos para los intereses rusos, en particular para incomodar a Estados Unidos y sus aliados».
Mansilla recuerda que Lukashenko está en el poder desde 1994. «Bielorrusia se independizó de la ex URSS en 1991. Esto quiere decir que esta primera generación exsoviética de bielorrusos prácticamente sólo ha conocido a Lukashenko como su presidente».
Agrega que «el último dictador de Europa», como lo llamó el expresidente de EEUU George W. Bush, desde que llegó al poder ha recibido el apoyo sin fisuras (aunque con roces) de Moscú.
«Lukashenko ha sido claramente autoritario y arbitrario, manteniendo una censura constante en los medios de comunicación, violaciones de derechos humanos y presos políticos».
Cuestionados comicios
El pasado 9 de agosto se realizaron elecciones en Bielorrusia. Los resultados oficiales de la Comisión Electoral Central (CEC) dieron la victoria a Lukashenko con 80% de los votos. Pero la oposición acusa a las autoridades de falsificar los resultados para mantener a Lukashenko en el poder.
Este malestar ha provocado manifestaciones cada fin de semana desde el 10 de agosto. Según estimaciones de medios de comunicación internacionales las más multitudinarias han llegado a reunir alrededor de 100.000 personas.
Mansilla explica que el malestar de la población se ha instalado principalmente en la capital Minsk, toda vez que no ha existido una rebelión nacional mayoritaria en otras regiones del país aunque sí protestas aisladas.
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Tutorial de represión
Tal como ocurre en Venezuela desde 2014, en Bielorrusia cada vez que se producen protestas la respuesta del gobierno ha sido una feroz represión contra la disidencia.
En este último ciclo de manifestaciones, hasta la fecha han sido arrestados más de 7 mil manifestantes y han muerto al menos cuatro debido a heridas causadas por las autoridades policiales, según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH).
Y aunque los resultados del 9 de agosto no han sido reconocidos por buena parte de la comunidad internacional, y en especial por la Unión Europea, Maduro fue uno de los primeros gobernantes en celebrar la “inobjetable victoria” de Lukashenko.
¿Cómo dos países tan distintos y distantes pueden convertirse en aliados políticos? Para Mansilla, todo se debe a que para Moscú, Bielorrusia y Venezuela son piezas fundamentales en su pulso con Occidente.
«Bielorrusia es un paso importante para los proyectos de gasoductos y de oleoductos, en especial el Nord Stream II que el Kremlin quiere fortalecer para mantener su potencialidad energética como socio principal de la Unión Europea. Por otro lado, Venezuela, con sus reservas de petróleo y gas natural, es una pieza clave de Moscú para irritar a EEUU en su propia esfera de influencia, tal como Washington también lo hace en el espacio euroasiático ex soviético que el Kremlin observa como su esfera de influencia a través de Ucrania y Georgia».
Agrega que la naturaleza autoritaria y represiva de los regímenes de Lukashenko y Maduro en nada obedece a una iniciativa propia de la alianza entre ambos regímenes. «El factor común y desencadenante es la geopolítica de Putin».
Según Mansilla, a tenor de las relaciones de Lukashenko con Maduro, el «manual de represión» que aplica en su país fue institucionalizado en Venezuela bajo la tutoría rusa, cubana, iraní y hasta china.
«Lukashenko es un producto soviético reciclado en una era postsoviética. Maneja las mismas claves del poder autoritario cuya base es la confección de una burocracia, intolerancia a la disidencia, censura y represión sistemática, pero, al mismo tiempo, dando margen para crear una élite oligárquica a su medida».
Añade que a pesar del simbolismo soviético de Lukashenko -que incluso lo ha llevado a nombrar a la policía igual que la recordada KGB- su régimen no ha transitado por una economía de planificación estatal rígido como la antigua URSS.
«El capitalismo salvaje de corte oligárquico similar al de la Rusia de Putin ha sido su sello de identidad, muy probablemente producto de esa influencia putinista».
Unidad, tiempo y desgaste
Según Mansilla existe una diferencia fundamental entre lo que ocurre hoy en Bielorrusia y el escenario venezolano: la unidad de la oposición bielorrusa hasta ahora luce inquebrantable. «Por el contrario, las diferencias han aflorado en la oposición venezolana, en especial de cara a los comicios parlamentarios que el régimen de Maduro busca realizar para legitimar de forma fraudulenta a su gobierno el próximo 6D».
Cree que otro elemento a considerar es el factor tiempo y su medición en ganancias políticas. «Es muy posible que Putin juegue a desgastar a la oposición bielorrusa como de alguna forma lo ha logrado con la oposición venezolana».
Mansilla añade que si las protestas no provocan la caída de Lukashenko, puede aflorar la desesperanza y divisiones dentro de la oposición de la nación euroasiática.
Dialéctica «políticamente incorrecta»
El internacionalista recuerda que en 2004 se produjeron fuertes protestas tras una de las tantas reelecciones de Lukashenko y la represión oficial fue, tal como ocurre hoy, draconiana.
Dos años después, en 2006, Lukashenko, fiel a su dialéctica «políticamente incorrecta», reconoció la magnitud del fraude al asegurar que la autoridad electoral de su país ha debido bajar el porcentaje de su triunfo de 90% a 80% para lucir como «los estándares europeos».
Pero en 2020, las expectativas de reelección por la vía rápida de Lukashenko se truncaron con la súbita y hasta sorprendente aparición de Svetlana Tijanóvskaya, esposa de Serguéi Tijanovski, quien había liderado gran parte de la oposición a través de las redes sociales y tenía previsto presentarse como candidato, pero fue detenido por «organizar y preparar acciones graves contra el orden público».
«Esta realidad inesperada y las constantes y multitudinarias manifestaciones en Minsk colocan al régimen de Lukashenko ante su más delicada situación, con reales expectativas de que verse obligado a negociar y dejar el poder, o bien repetir las elecciones presidenciales pero bajo vigilancia occidental. Incluso si lograra mantenerse en el poder, por medio de la coacción o jugando a la división opositora, con el paso del tiempo su régimen se verá visiblemente dañado y deslegitimado«.
Respaldo calculado y vacuna
Para Mansilla, el Kremlin no desestima el pragmatismo. Por ello el apoyo a Lukashenko no ha sido tan estridente como el líder bielorruso esperaba. «Saben muy bien que Lukashenko está en su peor momento y que la posibilidad de un triunfo opositor, similar al ocurrido en Ucrania en 2014, supondría una evidente victoria para Occidente y un revés estratégico para Rusia».
No obstante, cree que Putin no parece entusiasmado en querer repetir en la Bielorrusia de 2020 un escenario similar al de Ucrania en 2014, que llevó a la anexión de Crimea y al conflicto perenne y congelado en la Cuenca del Donets (Donbás, este ucraniano prorruso).
«Un factor que puede explicar esta especie de ‘silencio calculado’ de Putin es su intención de asegurar el éxito comercial de su vacuna Sputnik VI contra el coronavirus y, por lógica, atraer a Europa su socio comercial más estratégico, como lo es también en el plano energético. Por ello, Putin incluso maneja con destreza y bajo cuerda la posibilidad de una Bielorrusia sin Lukashenko en el poder, pero manteniendo a salvo los intereses rusos en el espacio euroasiático y evitando que Bielorrusia se pierda como ha sucedido con Ucrania, ahora más prooccidental y atlantista».
Estima que la clave puede estar en su capacidad de influencia para generar un pacto entre las elites oligárquicas bielorrusas del régimen de Lukashenko y las fuerzas opositoras, a fin de crear un nuevo establishment en el cual todos, de alguna u otra forma, salgan ganando, «al menos momentáneamente».
«En el caso de Venezuela, es una perspectiva similar. Putin seguirá apoyando irrestrictamente a Maduro hasta que ese apoyo ya le resulte estéril y no valga la pena mantenerlo. Si ese apoyo a Maduro supone un riesgo estratégico para Rusia, es muy posible que el Kremlin abra las puertas de una negociación en Venezuela. De ello, ya lanzó ese ‘globo sonda’ a mediados de 2018, cuando las negociaciones de Oslo se reactivaron entre el régimen de Maduro y la oposición. Pero Putin no decidirá nada en este escenario si antes no negocia con EEUU y China la posibilidad de ‘transición en Venezuela”.
Silencio de Washington
Destaca que mientras la UE ha desconocido la reelección de Lukashenko por considerarla fraudulenta, planteando entre las posibles salidas la repetición de los comicios, la postura de la Casa Blanca ha sido relativamente tibia y se produjo casi un mes después de los comicios a través de un vocero del Departamento de Estado.
«La Administración Trump parece más expectante para posicionarse en la crisis bielorrusa. Y en eso puede que tengan que ver esas relaciones de ida y vuelta que mantienen Trump y Putin, así como las intenciones de Trump para intentar despejar cualquier escándalo relativo a una presunta influencia rusa en las elecciones presidenciales estadounidenses en noviembre próximo, tal y como ocurrió en las de 2016».
A esto se le añade que durante la reunión en Bruselas de la UE del pasado 21 de septiembre para tratar la crisis bielorrusa, con la presencia de Tijanóvskaya, no se produjo una posición unitaria europea para aislar aún más a Lukashenko.
«Como dijo en agosto pasado el Alto Comisionado de Política Exterior y de Seguridad de la UE, el español Josep Borrell, en una entrevista al diario El País, “Lukashenko es como Maduro. No le reconocemos pero hay que tratarle”.
¿Reconocerían entonces a Svetlana Tikhanovskaya tal como lo hacen con Juan Guaidó?
«Al parecer, existe un reconocimiento tácito a Tijanóvskaya. Ella está refugiada en Lituania, país miembro de la UE. Polonia también le ha dado un enorme apoyo. Pero la UE y la comunidad internacional parecieran querer ver en Bielorrusia la necesidad de no repetir exactamente el mismo guión que en Venezuela en 2019 con el reconocimiento internacional a Guaidó. Están más expectantes, buscando ver hasta dónde puede llegar el pulso entre Tijanóvskaya y Lukashenko y si la salida electoral es una opción irreversible y aceptada por todos los actores involucrados. La UE siempre se vería más persuadida a reconocer la legitimidad presidencial de Guaidó y Tijanóvskaya siempre y cuando ambos tengan la capacidad suficiente para desalojar del poder a Maduro y Lukashenko. Algo que hasta ahora no ha ocurrido».